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Actualizado: 4 de noviembre de 2025
Una noche la Regenta reconoció en aquel subterráneo las catacumbas, según las descripciones románticas de Chateaubriand y Wisseman; pero en vez de vírgenes de blanca túnica, vagaban por las galerías húmedas, angostas y aplastadas, larvas, asquerosas, descarnadas, cubiertas de casullas de oro, capas pluviales y manteos que al tocarlos eran como alas de murciélago.
Lo de menos era en él, con ser mucho, el interés que sabía dar en pocas y pintorescas frases a las noticias que yo le pedía, por no satisfacerme las que me suministraban Chisco y su compañero, acerca de las grandes alimañas, sus guaridas en aquellos montes y la manera de cazarlas; los lances de apuro en que se había visto él y cuanto con esto se relacionaba de cerca y de lejos; sus descripciones de travesías hechas por tal o cual puerto durante una desatada «cellerisca» sus riesgos de muerte en medio de estos ventisqueros, unas veces por culpa suya y apego a la propia vida, y las más de ellas por amor a la del prójimo: lo demás era, para mí, su manera de «caer» sobre la montaña, como estatua de maestro en su propio y adecuado pedestal; aquél su modo de saborear la naturaleza que le circundaba, hinchiéndose de ella por el olfato, por la vista y hasta por todos los poros de su cuerpo; lo que, después de este hartazgo, iba leyéndome en alta voz a medida que pasaba sus ojos por las páginas de aquel inmenso libro tan cerrado y en griego para mí; la facilidad con que hallaba, dentro de la ruda sencillez de su lengua, la palabra justa, el toque pintoresco, la nota exacta que necesitaba el cuadro para ser bien observado y bien sentido; el papel que desempeñaban en esta labor de verdadero artista su pintado cachiporro, acentuando en el aire y al extremo del brazo extendido, el vigor de las palabras; el plegado del humilde balandrán, movido blandamente por el soplo continuo del aire de las alturas; la cabeza erguida, los ojos chispeantes, el chambergo derribado sobre el cogote, la corrección y gallardía, en fin, de todas las líneas de aquella escultura viviente... ¡Oh! diéranle al pobre Cura en el llano de la tierra, en el valle abierto, en la ciudad, una mitra; la tiara pontificia en la capital del mundo cristiano, y le darían con ellas la muerte: para respirar a su gusto, para vivir a sus anchas, para conocer a Dios, para sentirle en toda su inmensidad, para adorarle y para servirle como don Sabas le servía y le adoraba, necesitaba el continuo espectáculo de aquellos altares grandiosos, de aquella naturaleza virgen, abrupta y solitaria, con sus cúspides desvanecidas tan a menudo en las nieblas que se confundían con el cielo.
Cuando una peña se la ocultó, dejó caer las manos con dolor: después se limpió las mejillas, que estaban húmedas. Llevaba el corazón tan henchido de amor, de admiración, de entusiasmo, que Julita se vio necesitada a sufrir a diario, por algún tiempo, las descripciones que le plugo hacer de la bondad, sencillez e inocencia de la niña de Pasajes.
En fin, para mi gusto todo está tan bien, que si no fuera por el temor de que me tildasen de impertinente y de extenderme demasiado en descripciones impropias de este lugar, seguiría relatando sin cansarme y con deleite artístico cuanto se representa en Villalegre en aquellos cuatro días.
Ya creen muchos, que en la Física, Botánica, Medicina, Historia Natural no hay otro medio de conocer cada cosa y distinguirla de las demas, que el de las buenas y exâctas descripciones; mas yo quisiera que creyesen que en todas las demas Ciencias sucede lo mismo; pues que las esencias de las cosas, donde quiera que pertenezca el tratar de ellas, no las conocemos de otra manera.
Has de saber que entre los Santos Lugares y el fin del mundo habitan muchos y muy numerosos pueblos, cuales son el de las amazonas, el de los pigmeos y aun el de ciertas mujeres, tan bellas como peligrosas, que matan con la mirada, como se dice del basilisco. Y al oriente de todas esas naciones está el reino del Preste Juan, cuyas vagas descripciones habrás hallado en los libros.
Si os reís de mí y de mi loca presunción, yo no estaré a vuestro lado, como la noche funesta en que me silbaron en el teatro de Eslava, para oír vuestras carcajadas. ¡Es horrible! Además, fío mucho en las descripciones.
Al cruzarle durante el dia, se acuerda involuntariamente el que compara y estudia de esas descripciones que aun nos quedan de las ciudades de la antigüedad oriental, que aunque de otro género, mas elevado, se componian de magnificencias y grandezas. El boulevard es una calle cosmopolita: en él se oyen hablar todas las lenguas, y se ven todos los trajes.
Sin embargo, por respeto á la casa, me he obligado á ganar su afecto, y he llegado á conseguirlo prestando oído complaciente, unas veces á sus miserables lamentaciones sobre su condición presente, otras á las descripciones enfáticas de su fortuna pasada, de su plata labrada, de sus muebles, de sus encajes y de sus guantes.
Obsérvase, no obstante, que lo hace más bien por seguir la moda y por obedecer á motivos externos, que por inspiración propia, puesto que, por lo común, se nota como cierta frialdad y cansancio que no puede ocultarse, á pesar del lujo de la exposición y de sus brillantes descripciones.
Palabra del Dia
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