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Actualizado: 3 de junio de 2025


Había oído muchos tiros y visto caer algunos cadáveres. Por tradiciones de familia se mezclaba allá en su provincia en las cosas de la política. Cada elección era una batalla. Los peones iban a votar en cuadrilla detrás de él con el revólver o el cuchillo al cinto. Insultaban los del gobierno: intervenía la policía en favor de éstos; descarga general de una parte y de otra; muertos que se desplomaban sobre la urna de la elección, balazos curados secretamente en un rancho apartado, sin intervención de médicos y de jueces... ¡y hasta la otra!...

¡Perdón!... ¡perdón!... ¡No quiero morir! El suboficial levantó el sable y volvió á bajarlo rápidamente... Una descarga. Freya se dobló, resbalando su cuerpo á lo largo del poste hasta quedar tendida en el suelo. Las balas cortaron las cuerdas que la sujetaban. Su sombrero, como si adquiriese una vida repentina, había saltado de la cabeza, yendo á caer unos cuantos metros más allá.

Seguían los tiros, las aclamaciones delirantes a San Bernardo y sus hermanas, y rodeado de un nimbo rojo por el resplandor de las antorchas, saludada en cada esquina por una descarga cerrada, iba navegando la imagen sobre aquel oleaje de cabezas azotado por la lluvia que, a la luz de los cirios, tomaba la transparencia de hilos de cristal.

Una nueva descarga interrumpió este inconveniente monólogo, pero esta vez cayó un contrabandista. ¡En nombre de Cristo! debes salvarnos ¡en nombre de Dios, yo te lo ordeno! gritó el fraile enseñándole el cielo. Este movimiento resultó hermoso, pero no produjo ningún efecto, porque el gitano respondió riendo: ¡En nombre de Dios, de Dios!... ¿qué se figura usted, padre mío? No bromee, pues.

¡Muera don Justo! le grité yo, y, sirviéndome del proyectil recíproco, que era una pelota de goma, envié la primera descarga al campo enemigo, consiguiendo derrumbar toda una hilera de la tropa de Alejandro. ¡Allá va! me contestó Alejandro; y la pelota entró por mi campo, llevándose el primero por delante a mi invicto general.

Alistados pues seis cañones cargados de mucha metralla, y hecha señal, empezaron los españoles el combate con poco efecto: porque algunos indios á la primera descarga se escondieron en los fosos que antes habian hecho, los cuales no defendian lo bastante á los que se agachaban: otros persistian peleando, otros retrocedian.

La falta de movimiento hacía que los ruidos fueran escasos: sólo se oían el penetrante sonido de una banda de cornetas que aprendía a tocar llamada por bajo del cuartel de la Montaña y el cansado grito con que se animaban varios mozos que, arrimando el hombro a un furgón, iban empujándolo hacia el muelle de descarga. En el andén no había casi nadie.

En un monte de la provincia de Córdoba, la Guardia civil había encontrado un cadáver descompuesto, con la cabeza desfigurada, casi deshecha por una descarga a boca de jarro. Imposible reconocerle, pero sus ropas, la carabina, todo hacía creer que era el Plumitas. Gallardo escuchaba silencioso. No había visto al bandido después de su cogida, pero guardaba de él un buen recuerdo.

Había recibido dos vagones de sillares y obtenido del director de la Compañía del Norte que le hicieran la descarga gratis con las grúas de la empresa... ¡los pasos que tuvo que dar para esto! Pero al fin se salió con la suya, y además quería que del transporte se encargara la misma empresa, que bastante dinero ganaba, y bien podía dar a los huérfanos desvalidos unos cuantos viajes de camiones.

El silencio nocturno, cortado por relámpagos de ruido, era igual al de una fábrica. Cuando Fernando empezaba a dormirse, reanudábase de pronto el rodar de las maquinillas acompañado del griterío de los obreros ocupados en la descarga. El buque no podía zarpar hasta después del amanecer. Aguardaba el capitán a que subiese la marea para remontar el río.

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