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Actualizado: 4 de junio de 2025


¡, oigamos también al gascón! apoyó otra voz. ¡Soldados! exclamó Claudio Latour sin hacerse de rogar. No haré más que recordaros lo mucho y bueno que aquí dejáis y la triste recompensa que váis á buscar en lejana guerra. La libertad y el rico botín en Auvernia, la severa disciplina y mísera paga en el ejército.

Pero... un momento... un momento... Ni un instante. Os daré lo que queráis, si me dejáis dar una vuelta por la cocina y entrar en mi casa. Meditó un momento el alguacil. Se entiende que yo iré con vos. Venid dijo Montiño, disimulando su alegría porque se vió suelto. Vamos, pues dijo el corchete.

Es con ese pensamiento que me dejáis podrir sobre las carnes estas ruines bayetas, para que no pueda mostrarme ante mujer alguna. Mirad esta espadeja si no parece de vil estudiante. ¡Ah!, pero ruda y basta como es, sabrá vengar el entuerto. ¡Oste! Hace un año, señor, que os pedí un arnés para el rocín, y ni esto exclamó, haciendo sonar la uña del pulgar en los dientes.

ESCIPIÓN. ¡Qué mujeres, Dios mío! Toda paciencia es poca para soportarlas. ESCIPIÓN. ¿Cómo? CLEOPATRA. ¿Palabra de honor de que nos dejáis irnos? ESCIPIÓN. ¡Ya lo habéis oído! CLEOPATRA. ; mas podría ser que no lo dijerais en serio. ESCIPIÓN. Completamente en serio. CLEOPATRA. Y si nos decidimos a irnos, ¿nos cogeréis de nuevo?

¡Será preciso que mate a uno! ¡No me dejaréis morir en paz!... ¡Malditos todos, que llegáis a esta puerta y no respetáis mi dolor! ¡Yo también seré maldito, porque vosotros no me dejáis morir arrepentido! ¡Mis horas están contadas!... ¡Tengo ya la sepultura abierta! ¡Dejadme! ¡Toda la noche han aullado los perros!... ¡Cierro los ojos para morir, y vuestras voces me despiertan!... ¡Sois como las hienas, que desentierran a los cadáveres!... ¡Tendré que mataros!... ¡Dejadme, hienas y lobos y escorpiones!... ¡Dejadme que muera y que la tierra caiga a puñados sobre mis ojos!...

Con semejante nueva se conmovió todo el pueblo, y al mismo punto se encendió en rabia y furor contra cualquiera que maquinase algo en daño de la religión; pero no el Mapono, que argumentando é infiriendo cuán grande hombre y mayor que sus dioses debía ser aquél á quien sus dioses temían, les respondió con voz y ademán de enojado: «Si este forastero es vuestro enemigo ¿porqué vosotros le dejáis el paso franco? ¿Por qué no le echáis del mundo, ó á lo menos tan lejos de aquí, que no se ponga á riesgo vuestra reputación? ¿Es este vuestro poder?

Ha poco le disteis el medallón de los rubíes, luego vuestra daga de oro y un talabarte bordado, ¡y a nada, nada!, y me dejáis andar por la ciudad pobre y andrajoso como un villanejo. Para un hermano el festín, para el otro el hueso y la asadura. ¿No nos parió ¡voto a Cristo! el mesmo vientre?

No dejáis por eso de ser cristiano y hermano mío. ¡Ah, señor! ¡qué bondadoso sois! No tal; pero dejáos de señorías y llamadme padre. Pues bien, padre Aliaga, ya que me dais valor, voy á deciros... me atrevo á deciros... Montiño se detuvo. Fray Luis siguió arreglando sus tizones. Pues... me atrevo á deciros, aunque os parezca impertinencia, que vengo á confesarme con vos.

Conque sus, y en vez de hacer procesos, señora, haced cofres, y mientras se pide licencia á sus majestades, el coche se apareje y huyamos, antes de que llegue el caso de que cuando queramos huir, no sea tiempo, y creedme y no disputemos, que allí tenéis entrambos los padres, y si vos dejáis de ser dama de la reina, doña Clara, seréis señora en vuestra casa; y á falta de la tercera compañía de la guardia española, tendréis vos allí, don Juan, los no menos bravos alabarderos de la guarda del virrey.

El duque entró al fin, grave, espetado y con el sombrero puesto como tenía de costumbre. Al verle la Dorotea se levantó, arrojó el papel sobre una silla y se inclinó ceremoniosamente en una cumplida reverencia ante su hinchado amante. Mil gracias, señor le dijo , pues al fin os dejáis ver de esta pobre mártir. Y puso un sillón al duque.

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