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Si echais á andar hácia los arrabales, encontrareis las calzadas que sirven de carreteras y paseos, orilladas por bellísimas quintas en que el gusto artístico de la arquitectura hace juego con la magnificencia de los jardines y la gracia de los pequeños parques.

El general dio tal porrazo sobre la mesa, que uno de los candeleros vino al suelo. Mi general dijo el duque , ¿no echáis de ver que Rafael está recargando los colores de sus cuadros y que son puras extravagancias todo lo que está diciendo? No hay extravagancia repuso el general que sea improbable en los ingleses.

La de la propia mujer no es mercaduría que una vez comprada se vuelve, o se trueca o cambia, porque es accidente inseparable, que dura lo que dura la vida: es un lazo que si una vez le echáis al cuello, se vuelve en el nudo gordiano, que si no le corta la guadaña de la muerte, no hay desatarle.

Con semejante nueva se conmovió todo el pueblo, y al mismo punto se encendió en rabia y furor contra cualquiera que maquinase algo en daño de la religión; pero no el Mapono, que argumentando é infiriendo cuán grande hombre y mayor que sus dioses debía ser aquél á quien sus dioses temían, les respondió con voz y ademán de enojado: «Si este forastero es vuestro enemigo ¿porqué vosotros le dejáis el paso franco? ¿Por qué no le echáis del mundo, ó á lo menos tan lejos de aquí, que no se ponga á riesgo vuestra reputación? ¿Es este vuestro poder?

Tan de firme creía en la santidad de D. Luis y en su misticismo. ¡Me quiere! dijo otra vez Pepita, contestando a aquella incrédula mirada. ¡Las mujeres son peores que pateta! dijo el vicario . Echáis la zancadilla al mismísimo mengue. ¿No se lo decía yo a Vd.? ¡Yo soy muy mala! ¡Sea todo por Dios! Vamos, sosiégate. La misericordia de Dios es infinita. Cuéntame lo que ha pasado.

Artículo de fe es ese de que no he dudado nunca dijo Quevedo, al que pasó por los ojos tal cosa, que dió ocasión á que le rodeasen y asiesen de él de improviso los alguaciles. ¡Eh! ¿qué es esto? ¿habréme convertido en doblón cuando con tal ansia me echáis mano? dijo Quevedo. Os habéis convertido en hombre preso por el rey. Su majestad viva, y pues su majestad lo quiere, preso me reconozco.

Anoto de paso este sentimiento, porque analizándole, un día llegué a un terrible descubrimiento. ¿Para qué pintáis árboles, primo? El árbol más feo, es mucho mejor que todas esas manchas verdes que echáis sobre el lienzo. ¿De ese modo comprendéis el arte, prima? ¿No pensáis que Juno es mil veces más linda que su retrato? , por cierto, lo creo.

, tía respondió Rafael , y Stein de cancón es una pieza compuesta expresamente para ambos. ¡Tales cosas! exclamó la buena señora. Madre, ¿no echáis de ver que Rafael se está chanceando, según su loable e inveterada costumbre? dijo la condesa.

»Decís que ya no hay soldados que peleen, y que ningún Capitán se os viene á ofrecer de querer salir á los enemigos, porque no hay alguno que tenga valor y ánimo para ello, y que echáis en más cargo al Rey en guardarle esta fuerza con tan ruín gente, que Antonio de Leyva en guardarle á Pavia y Milán con tanto buen soldado como tenía.

En él veis borrados los junquillos y doseletes; notáis el rastro del arco estalactítico, echáis de ver un resto de friso greco-romano, y acaso encontráis algún extravagante delirio de Churriguera; todo revuelto y remendado, pero todo elocuente y revelador de pasados destinos. La Catedral, sobre todo, es la urna cineraria de las grandezas españolas.