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Actualizado: 22 de mayo de 2025
Me dice el corazón que sí, y por supuesto, te doy palabra de honor de que no haré nada, absolutamente nada que pueda enojarte. Vienes a casa de un caballero. Te he querido, te quiero, y haré los imposibles por demostrarte que estoy resuelto a poner remedio a tan dolorosa y difícil situación. Piensa que vas a decidir de los dos para siempre y ven sin miedo y quema este papel. Por Dios, no faltes.
Hasta la dulzura de su misma religión se maleaba y viciaba en mi mente, interpretada por mi concupiscencia, y quitaba á mis ojos todo valor á aquella desolación suya, á aquella angustia con que miraba y repugnaba la caída, sin hallar fuerzas para evitarla. Yo me atrevía á decidir que no era tan gran mal el que tenía tan fácil remedio.
Tú no eres ya un niño, y debes decidir por ti mismo estas cosas. ¡Yo!, ¡que vaya yo! murmuró el joven farmacéutico, sintiendo un temblor, un frío... Se ponía malo de sólo pensarlo. Tú, sí, tú... Déjate de miedos y vacilaciones. Si lo quieres hacer lo haces, y si no lo dejas.
Y ahora, señor comandante, a usted corresponde decidir. Hullin se volvió hacia los guerrilleros y les dijo sencillamente: ¿Habéis oído? Por mi parte, rehúso; pero me someteré si todos aceptan las proposiciones del enemigo. ¡Las rechazamos todos! dijo Jerónimo. Sí, sí, todos repitieron los demás. Catalina Lefèvre, hasta entonces inflexible, pareció enternecerse al dirigir una mirada a Luisa.
Me llamo Pedro, Lope, Francisco, Guillén, Eurípides; a elegir dijo con voz robusta, de timbre grato; llana, atrayente sonrisa. Todos hicimos eco a su sonrisa, menos la vieja, que no acertaba a decidir si la respuesta era en serio o en chanza. ¡Qué chistosísimo! exclamó, optando por la chanza. No, señora; no es chiste replicó el sacerdote. Pero, ¿Eurípides es nombre cristiano?
No acierto á decidir si el público candoroso, los jóvenes sin malicia y las señoritas inocentes, que asisten á la representación de estos dramas, se dejan ó no influir por las doctrinas perversas que los han inspirado, ó si sólo ven en ellos un brillante juego de la fantasía ó bien una leyenda en acción, llena de piedad y de creencias consoladoras.
¿Le enojaré, señor Belarmino dijo al despedirse si vengo por las tardes, de vez en cuando, a conversar un rato con usted? Tendré un gran espasmódico respondió Belarmino, impasible. Escobar no sabía qué decidir. Aquel gran espasmódico que Belarmino iba a tener, caso que Escobar viniese de visita, ¿en qué consistiría? ¿Le recibiría bien, o le despediría con cajas destempladas? Volvió a probar.
Y con sólo unos meses los Estados Unidos creaban y enviaban dos millones de hombres para decidir el éxito de la lucha y la suerte del mundo. Llegados á última hora, habían pagado con largueza su parte á la muerte. En cinco meses de guerra perecían ciento veinte mil americanos, proporción exorbitante comparada con la de otras naciones durante cinco años de combate.
Miss Percival se hablaba a sí misma: ¿Qué hacer? ¿qué decidir? ¿deberé casarme con ese joven que está enfrente y me mira?... pues es a mí a quien mira... Dentro de un momento, en el entreacto, vendrá y no tendría más que decirle: «¡Está bien! he aquí mi mano... Seré vuestra esposa.» ¡Y así lo haría! ¡Princesa, yo sería Princesa, Princesa Romanelli! ¡Princesa Bettina! ¡Bettina Romanelli!
Nosotros teníamos sobre ellos la ventaja de lo desconocido, que es el genio tutelar de las batallas, de eso que no se ve y que en el momento apurado y crítico sale inopinadamente de lo hondo de un camino, del respaldo de una loma, de la espesura de un bosque; combatiente de última hora que la tierra echa de su seno, y se presenta fresco, sin heridas ni cansancio, a decidir la victoria.
Palabra del Dia
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