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Actualizado: 11 de junio de 2025
No debo ocultar que experimenté cierta satisfacción pueril al pensar que conmigo se estaba hasta la una y media y aún más algunos días. Me detuve un instante a ver qué dirección tomaba mi enemigo, y observando que seguía calle abajo, corrí cuanto pude delante, perdiéndome en sus recodos. Cuando di la vuelta a la esquina de la calle de Conteros, me detuve y esperé. No tardó en aparecer.
Pero, amigo mío, yo no puedo estar en todas partes. Esta noche no podré asistir a la muerte de ese hombre. ¿Pues no ha de poder? Hay tiempo para todo. Fijemos horas. No es preciso. Ya nos encontraremos. Adiós. Pues adiós. Era de noche y corrí al ventorrillo. Don Diego tardó mucho; pasó una hora, pasaron dos y yo no cabía en mí de ansiedad y afán.
Corrí también allá, y entonces un casco de metralla me hirió en el hombro, lo que me asustó en extremo, creyendo que mi herida era mortal y que iba a exhalar el último suspiro. Mi turbación no me impidió entrar en la cámara, donde por la mucha sangre que brotaba de mi herida me debilité, quedando por un momento desvanecido.
Creyó ver gentes que se ocultaban detrás de un montón de mercancías al oír sus pasos. Luego sonaron tres detonaciones, tres tiros de revólver. Una bala silbó en uno de sus oídos. Y como yo no llevaba armas, corrí. Afortunadamente, fué cerca del buque, casi junto á la proa. Sólo tuve que dar unos cuantos saltos para meterme plancha adentro en el vapor... Y ya no dispararon más.
Con el pañuelo blanco que tenía en la mano me hizo una señal de despedida, y cayó sin conocimiento. Corrí a ella, la levanté en mis brazos, la estreché contra mi corazón jurándole amor eterno, y antes que recobrara el sentido, la confié al cuidado de mi madre y mis hermanas y me dirigí a donde estaba el carruaje sin detenerme ni volver la cabeza.
Precipitadamente le bajaron dos marineros a la cámara. Mi amo continuaba inmóvil en su puesto; pero de su brazo izquierdo manaba mucha sangre. Corrí hacia él para auxiliarle, y antes que yo llegase, un oficial se le acercó, intentando convencerle de que debía bajar a la cámara. No había éste pronunciado dos palabras, cuando una bala le llevó la mitad de la cabeza, y su sangre salpicó mi rostro.
Corrí a mi cuarto, encendí el quinqué, y, presa de hondísima emoción, leí la carta. Mi tía pretendía en vano disimular su impaciencia. ¿Qué dice?... ¡Vamos, tía, calma, calma! Voy a leerla; pero que tía Carmen la oiga también.... Linilla había previsto el caso, y escribió dos cartas: una para que pudiera yo leerla delante de mis tías; la otra para mí.... ¡Sólo para mí!
Un ligero temblor corrió por todo mi cuerpo, y a toda prisa procuré alejarme de aquella escena. Corrí por la ciudad, haciendo inútiles esfuerzos para no escuchar el tañido de la fatal campanilla, y en todas partes tropezaba con la misma escena. Notaba que los transeúntes se miraban unos a otros con expresión de susto, y se hacían preguntas en tono bajo y misterioso.
Iba yo en un departamento de primera; en Albacete bajó el único viajero que me acompañaba, y al verme solo, como había dormido mal la noche anterior, me estremecí voluptuosamente, contemplando los almohadones grises. ¡Todos para mí! ¡Podía extenderme con libertad! ¡Flojo sueño iba a echar hasta Alcázar de San Juan! Corrí el velo verde de la lámpara, y el departamento quedó en deliciosa penumbra.
Corrí a buscar el agua, y cuando se la traje, bebió con ansia. Pareció tomar con esto nuevas fuerzas: íbamos a seguir, cuando un gran estrépito nos dejó sin movimiento. El palo mayor, tronchado por la fogonadura, cayo sobre el combés, y tras él el de mesana. El navío quedó lleno de escombros y el desorden fue espantoso.
Palabra del Dia
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