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Actualizado: 22 de noviembre de 2025


El comedor estaba lleno de parroquianos de todas las trazas, que observaban prolijamente a los recién llegados y, a no interponerse entre unos y otros la figura amable de Melchor y la respetada de Baldomero, habrían pasado un mal rato los dos viajeros, pues cuando Ricardo se puso la servilleta en el cuello como un babero, bajo su cara afeitada, dijo un paisano que estaba cerca: ¡Parece un «flaire» que va a decir misa!...

Sorege hizo un movimiento de cólera, y cogiéndome bruscamente por el cuerpo, balbuceó: ¡Ahora mismo entonces! Ya te tengo... Era forzudo y me había echado en un sofá. Yo me defendía llenándole de injurias al luchar, cuando la cortina del comedor se levantó y apareció Juana diciendo tranquilamente: ¡Ande usted, señor de Sorege! No se moleste por ¿Quiere usted que le ayude?

En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y pasaron al comedor. Pst... se encogió de hombros desalentado su médico. Es un caso serio... poco hay que hacer... ¡Sólo eso me faltaba! resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

Apuró a Sabel reclamando la cena, pues traía un hambre feroz. Sabel la sirvió en persona, por hallarse aquel día muy ocupada Filomena, la doncella, que acostumbraba atender al comedor.

Cuando se dirigía al comedor en busca del desayuno, escuchó su nombre. Era el empleado del telégrafo, que le buscaba para entregarle un nuevo despacho. Sintió que toda su sangre afluía al corazón, dejando sus miembros en una frialdad cadavérica.

Los partícipes iban llegando a la casa atraídos por el olor de la noticia, que se extendió rápidamente; y la cocinera, las pinchas y otras personas de la servidumbre se atrevían a quebrantar la etiqueta, llegándose a la puerta del comedor y asomando sus caras regocijadas para oír cantar al señor la cifra de aquellos dineros que les caían. La señorita Jacinta fue quien primero llevó los parabienes a la cocina, y la pincha perdió el conocimiento por figurarse que con los tristes cinco reales le habían caído lo menos tres millones. Estupiñá, en cuanto supo lo que pasaba, salió como un rayo por esas calles en busca de los agraciados para darles la noticia.

»Estas y otras exclamaciones semejantes se repetían en el salón por veinte personas a la vez, sin que yo perdiera una sola palabra. »Poco después llegó mi tío; acababa de vestirse con su gran uniforme y el gran cordón de la Orden de Calatrava, e invitó a sus convidados a pasar al comedor.

Sin saber lo que hacía, Ana salió de sus habitaciones, atravesó el estrado, a obscuras, como solía, dejó atrás un pasillo, el comedor, la galería... y sin ruido, llegó a la puerta de la alcoba de Quintanar. No estaba bien cerrada aquella puerta y por un intersticio vio Ana claridad. No dormía su marido. Se oía un rum rum de palabras.

«¡Hasta en domingomurmuró triste y sorprendido don Cándido: y asomándose a la ventana gritó al trabajador más próximo: ¡Eh! ¡Buen amigo! Diga Vd. al maestro, capataz o lo que sea, que haga el favor de subir aquí un instante. Momentos después estaba el maestro cantero en el comedor del cura.

Nunca se había considerado tan feliz como en aquellos días. Experimentaba la monstruosa voluptuosidad del que se halla sentado á la mesa en un comedor bien caldeado y ve por los cristales el mar tempestuoso, con un buque que lucha contra las olas.

Palabra del Dia

vengado

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