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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
Erguidos ante sus atriles con militar rigidez, entonaban los músicos una marcha solemne, que servía de acompañamiento a los pasajeros en su entrada al comedor. Los hombres vestían de frac o de smoking, guardando en una mano la gorra de viaje.
Cuando gusten, señores, ya están ensillados los caballos exclamó Baldomero aproximándose a la ventana del comedor, donde se encontraban tomando te Lorenzo y Melchor, quien al oírle se volvió hacia la ventana diciendo: Vamos en seguida, esperamos a Ricardo que todavía está en el baño. ¡Y está linda la tarde!... fresquita. ¿Realmente, Baldomero, y usted nos acompañará? le preguntó Lorenzo.
En el fondo del comedor brillaban unos transparentes iluminados con dos inscripciones en francés y alemán: Au revoir! Auf Wiedersehen!
Reunidas en el comedor, tenían las manos lánguidamente caídas sobre la carpeta de terciopelo rojo, menos Carmen, que con las suyas se cubría la cara para seguir más abstraída en la imaginación de las escenas que había evocado la anciana. ¡Qué mal hace abuelita, dijo Zoraida, de hablar así delante de esta chica! Tiene ya la cabecita llena de novelas.
En lo que llamaba sala mi tío, además de la puerta que comunicaba con el comedor, había otras dos que debían corresponder a otras tantas fachadas de la casa.
Y todos, como si despertasen de la calma letárgica del mar, mostraban un deseo famélico de ver tierra, de distinguir aquellas islas en las que no había de detenerse el buque. Abajo en el comedor almorzaban muchos con cierta precipitación, como gentes que han de ir al teatro y aceleran la comida por miedo de llegar tarde. «Tierra: ya se ve tierra», decían de mesa en mesa con una alegría infantil.
En el café de la Oliva se dispuso cierta noche una cena para doce personas, en el comedor de arriba; un cuarto oscuro que a los calaveras del pueblo y al amo del establecimiento les parecía muy reservado, y muy misterioso, y muy a propósito para orgías, como decían ellos.
En el comedor, entretanto, se tomaba chocolate con bollos, y un grupo discutía política en la puerta de la sala, donde el muerto se estaba quietecito en la caja, rodeado de blandones.
También me guardan mesa en el comedor, en el mejor sitio, a la derecha del caminito del centro, que es donde se coloca la «haut», toda la gente conocida. Es muy difícil conseguir este sitio; todos quieren estar allí, aunque no sean conocidos... Para serlo. Claro; así se va sabiendo que existen.
El comedor era una vasta cámara, más vasta que cómoda y elegante, y sus muebles toscos y ennegrecidos, y sus grandes cortinas de colores marchitos, y los cristales turbios y emplomados de sus balcones, mostraban claramente que el viejo conde se curaba poco del aliño de la casa, y que el nuevo no la habitaba mucho tiempo.
Palabra del Dia
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