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Actualizado: 22 de noviembre de 2025
La obligó a levantarse y llevóla al comedor, diciendo jovialmente, para darle ánimo, que tenía mucho apetito, ¿qué menú había?
Era el comedor lo que se llama «un ascua de oro»; expresiva metáfora en que cabe cuanto el lector pueda imaginarse en profusión de luces sobre lámparas y candelabros de ricos y variados metales, vajillas estupendas, cristalería de inverosímil nitidez y ligereza, vasos de porcelanas valiosísimas cargados de raras flores; en fin, lo mejor entre lo más caro del profuso acopio de que se dio cuenta en otro lugar de este relato, y lo adquirido después a peso de oro, destacándose sobre fondos obscuros, salpicados de brillantes toques metálicos, e interrumpidos en cada puerta por los desmayados paños de las pesadas y ricas colgaduras.
Pepita también estaba triste; pero le pesaba el silencio que reinaba en el comedor y hacía preguntas á su padre sobre la vida de Biarritz, queriendo que le describiera alguna toilette de las muchas que habría visto en aquella sociedad elegante. Sánchez Morueta se esforzaba por contestar á gusto de su hija. Era la única persona ante la cual se abatía su mal humor.
Este señor está de buen año dijo con la sinceridad de la barbarie uno de los camilleros. Al sacar a don José del comedor, hubo necesidad de detenerse un momento para apartar un mueble que estorbaba el paso, dejando, entre tanto, que la butaca descansara en el suelo.
En el comedor, y ya iban a dar las cinco, estaban todavía esperándolos Marta y Sebastián, medio dormidos, bostezando.
Nada respondió misia Casilda. ¿Y tú? Nada contestó él sombríamente. Entraron en el comedor y se sentaron: la lámpara brillaba en medio de la mesa, tendida ya con la prolijidad de siempre.
El niño acababa de vestirse, los señores charlaban en el comedor; la mesa estaba puesta; ya que no la plaza, ni las niñas de banda azul, ni las señoras de la rifa, ni tanto detalle curioso del animadísimo cuadro que ofrece aquel día de las fiestas patrias, vería los cohetes desde la puerta; y era mucho, si la dejaban.
Al entrar volvimos á leer: tres sopas á eleccion, tres platos de carne, tres legumbres y tres postres. Tanta baratura nos aturdia. Subimos, y la señora del establecimiento nos improvisó una mesa aparte, en una habitacion que estaba á la izquierda, contigua á la estancia destinada á los fumadores. Los dos salones que servian de comedor, estaban llenos de parroquianos.
Dió una manotada al vaso que tenía delante y salió del comedor, ciega, fué a su cuarto, se envolvió en un mantón y se plantó en la calle. En aquel momento, se acordó de su madre. ¡Su madre! ¿la había tenido ella acaso?
Dios mío, suspiró Herminia, y se echó en los brazos de Mauricio, como si temiese que los separasen de nuevo. En este momento, se abrió la puerta del comedor y Federico, pálido, avanzó diciendo en tono consternado: ¡Señor! Es la señorita Guichard ... ¡Oh! Bien la hemos visto, contestó Roussel con calma. Hágala usted entrar en el salón.
Palabra del Dia
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