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Actualizado: 9 de mayo de 2025


Caída sobre los hombros la capucha, desabrochado el hábito que mostraba el hercúleo cuello, desnudos hasta el codo los velludos brazos que tenía cruzados sobre el pecho, saludó reverentemente al abad y se dirigió con toda calma al reclinatorio que le estaba reservado en el centro de la sala.

Ni uno ni otro, so desvergonzado le respondí ; estoy más cuerdo que usted y vengo de Villamar, donde está su padre legítimo, tío Pedro Santaló. Es usted me dijo el madrileñito un pedazo de alcornoque muy basto; vaya usted a que lo descorchen. Me amostacé y levanté el codo para darle una guantáa, cuando Nicolás me cogió por un brazo y me sacó fuera para ir a echar un trago.

Por fin el espadero, después de decirle el nombre de algunos regidores, tocole el codo y exclamó: Este que viene agora es el Cardenal-Arzobispo, observe vuesamerced su venerable presencia. Sobre fornido corcel de pelo bayo, don Gaspar de Quiroga, Cardenal-Arzobispo de Toledo, Inquisidor General y Consejero de Estado, avanzaba con imponente rigidez, rodeado de pajes y alabarderos.

El muchacho se sentó en la silla que junto a la cama estaba, y apoyando el codo en esta, aguantó el achuchón, sin mirar a su juez. Tenía un palillo entre los dientes, y lo llevaba de un lado para otro de la boca con nerviosa presteza. Ya se le había quitado el gran temor que la hermana de su padre le infundía.

Muchas veces, cuando en el verano iba la cuadrilla de una provincia a otra y Gallardo se trasladaba al vagón de segunda en que viajaban los «chicos», montaba en éste algún cura rural o una pareja de frailes. Los banderilleros dábanse con el codo y guiñaban un ojo mirando al Nacional, que parecía más grave y solemne ante el enemigo.

Entretanto, había ganado posiciones junto a la reja del murallón donde estábamos, una señora gorda, con un peinado de bananas sobre el cual colgaba una mantilla española de chapa, metiendo codo a todos los obstáculos que había encontrado a su paso; la cara, iluminada por una capa de colorete recientemente aplicada, distribuía una sonrisa perenne por todas partes; y metida dentro de un vestido de moirée verde, inflado por un miriñaque movedizo y oscilante, parecía un montgolfier en el momento de elevarse.

En todo Burdeos no hay doncel más hambriento. Si las espuelas de caballero y los ricos cargos se ganasen con el estómago, serías ya lo menos condestable. Pues digo, que si se ganasen empinando el codo, Rodolfito mío, te tendríamos de canciller hace años. Basta de charla, exclamó otro, y que hablen los escuderos de Morel. ¿Qué se dice por Inglaterra, mocitos?

El vino alegra el corazón.... El que no bebe, no es hombre pronunció el abad sentenciosamente. Primitivo volvía ya de su excursión, empuñando en cada mano una botella cubierta de polvo y telarañas. A falta de tirabuzón, se descorcharon con un cuchillo, y a un tiempo se llenaron los vasos chicos traídos ad hoc. Primitivo empinaba el codo con sumo desparpajo, bromeando con el abad y el señorito.

Los dos hijos de Materne se habían agarrado del brazo, como si tuvieran miedo de perderse, y su padre, detrás de ellos, apoyado en la pared y el codo en el cañón de la carabina, les miraba con satisfacción. «Están aquí, los estoy viendo parecía decirse el anciano ; son fuertes los muchachos; los dos han logrado salvar el pellejo.» Y el valiente guerrillero tosía en el hueco de la mano.

Pero ¿dónde demonios ha aprendido su hijo de usted a pintar, y a pintar de este modo? preguntó don Alejandro que todo se volvía ojo para mirar y admirar las acuarelas. ¿De manera dijo muy suavemente el boticario, soba que te soba el codo , que dan ustedes alguna importancia a esas pinturas? ¡Muchísima! respondieron unísonos Nieves y su padre. Me alegro, ¡caray! , señor, me alegro... Eso es.

Palabra del Dia

creolina

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