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Actualizado: 9 de mayo de 2025


En medio de la sala, una mesita de juego cubierta con un tapete verde apolillado, y sobre ella dos candelabros de latón. Apoyado el codo sobre esta mesa, hay un hombre sentado y con un libro en la mano. Sus miembros robustos indican que aún conserva el vigor de la juventud. Sus ojos son azules y su frente ancha. Cuando se ríe descubre una brillante y blanca dentadura.

Visanteta dio con un codo al cochero y le habló al oído. Era don Juan, el hermano de la señora, aquel de quien todos hablaban mal en casa, aunque con cierto respeto, llamándole por antonomasia «el tío». Los ojillos de don Juan, inquietos e investigadores, revolvíanse en sus profundas cuencas rodeadas de grietas.

Contaba el padre Alelí, historiador desmemoriado y chocho, que aquella noche estuvo D. Benigno durante seis horas seguidas sin moverse de su asiento, con los ojos fijos en las puntas de los pies, y el puño en la mejilla, y tal fue, añade, la duración de su éxtasis, cavilación o modorra, que al dejar aquella actitud tenía marcadas las coyunturas en los rojos mofletes de su cara, y el codo había dejado un hoyo profundísimo en el cojinete del brazo del sillón.

10 Hizo también la mesa de madera de cedro; su longitud de dos codos, y su anchura de un codo, y de codo y medio su altura; 13 Le hizo asimismo de fundición cuatro anillos de oro, y los puso a las cuatro esquinas que correspondían a los cuatro pies de ella. 14 Delante de la moldura estaban los anillos, por los cuales se metiesen las varas para llevar la mesa.

Pero aún tuvo aquel hombre fuerza y serenidad para retroceder algunos pasos: arrastró al chico, y al dejarlo en salvo sobre el piso de la nave, cayó rendido a la violencia del dolor. Recogiéronle sus compañeros, y por no tener enfermería la fábrica, le llevaron sentado en una silla al hospital cercano, donde aquella misma tarde hubo que desarticularle el codo.

Y se sentó, haciendo silla de una tinaja rota. Puesto el codo en la mesilla y el hueso de la barba en la palma de la mano flaca, aguardó las explicaciones de su sobrina. «Tía... murmuró esta sintiendo mucha dificultad para iniciar la cosa grave que iba a decir . Usted sabe que yo y Mariano... ¿Pero usted no lo sabe? No sino que sois un par de perchas que ya, ya.

Mientras los demás referían aventuras vulgares, sin gloria, él atento a sus pensamientos, con un codo apoyado en la mesa y la barba apoyada en la mano, fumaba un buen cigarro besando el tabaco con cariño y voluptuosa calma; los ojos animados, húmedos, llenos de reflejos de la luz y de reflejos eléctricos del vino, se fijaban en el techo.

De vez en cuando se detenía, y apoyando un codo en una mano, se llevaba la otra a la frente, partida por una arruga vertical. Al oír que el joven le saludaba, dudó algunos instantes, como si sus ojos inflamados no pudiesen reconocerle. ¡Ah! ¿Es usted, señor de Maltrana? dijo con voz dulce . Que la Virgen le guarde. ¿Trabaja usted mucho?.. Maltrana le había conocido por sus hábitos de noctámbulo.

Venía hecha la caricatura de una gran señora, con traje de baile muy escotado y guantes hasta el codo, uno de ellos sin abotonar. Vamos, don Quintín, hágame usted el favor de echarme estos botoncitos dijo al estanquero, presentándole la mano y acercándosele mucho.

Juan Labarbe, por su parte, con el codo apoyado en un mango de hacha, permanecía impasible. Era un hombre de pálidas mejillas, nariz aguileña y finos labios. Tenía gran ascendiente sobre los de Dagsburg por su resolución y por la claridad de su talento.

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