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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Todo me lo revuelven, todo me lo ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los gatos, de que se mojen, de que se descalabren. MÁXIMO. Yo prefiero que me mande usted una cocinera... EVARISTA. Irá la Enriquetilla. Encárgate, Urbano; no se nos olvide. MÁXIMO. Bueno. EVARISTA. Aguarda.
En testimonio de verdad. Pero Ponce Lucas.» Libróse asimismo testimonio de haber desaparecido: Del cuarto del cocinero, su mujer, Luisa Robles, y su hija Inés Martínez. De las cocinas, el galopín Cosme Aldaba. De la servidumbre de la reina, el paje Cristóbal Cuero. Y se tomaron declaraciones, y por estas declaraciones se averiguó que la cocinera tenía un amante, que se llamaba Juan de Guzmán.
No, no; no era aquella su casa, no podía ser, y lo confirmaba la aparición de otra figura desconocida, como de cocinera fina, bien puesta, de semblante altanero... Y mirando al comedor, cuya puerta al extremo del pasillo se abría, vio... ¡Santo Dios, qué maravilla, qué cosa...! ¿Era sueño? No, no, que bien segura estaba de verlo con los ojos corporales.
La cocinera y doncella habían sido despedidas; no quedaba más que la niñera, a quien Isidora revistió de las más extensas atribuciones. «He pagado mis deudas y tapado la boca al procurador dijo Isidora a su padrino la noche del último día de liquidación . Estoy tranquila. Me queda esto». Dio un gran suspiro mostrando un papel donde había varías monedas y un sucio billete de Banco. «¿Cuánto es?
Y sucedió lo que yo estaba temiendo rato hacía, por lo que había ido observando alrededor de la lumbre y en los trajines de la repolluda cocinera; que la cena dispuesta en honor mío era para servir de espanto más que de tentación y de consuelo a un comensal de mis tragaderas, hecho y avezado a las sabrosas parvidades de la cocina mundana.
Ahora me río considerando cómo se me partía el corazón con aquellas cosas. Pero aún habían de ocurrir más terribles desventuras. Al año de su transformación, la tía Martina, Rosario la cocinera, Marcial y otros personajes de la servidumbre, se ocupaban un día de cierto grave asunto. Aplicando mi diligente oído, luego me enteré de que corrían rumores alarmantes: la señorita se iba a casar.
Si, lo que no considero posible, os faltasen los medios de existencia, acudid a mí en seguida, que siempre os acogeré con afecto paternal. Pero renunciad al absurdo proyecto de casaros con mi cocinera, porque no debéis enlazar vuestra suerte a la de una simple criada, y no quiero, por otra parte, chiquillos en mi casa.
¿Cómo es eso? preguntó la abuela incrédula. Le conté lo que había pasado con Francisca a propósito de San Pablo y el presentimiento que yo tuve de lo que podría hacer la vieja cocinera. ¿Y qué ha dicho el señor cura? pregunté. Estaba tan divertido por esta petición poco común, que no pensaba en decir su opinión. Mira la carta que me ha dado para Celestina. Léela; no está cerrada.
Que a una se le caían las tijeras: risa. Que otra pedía la madeja del hilo teniéndola colgada al cuello: risa. Que se presentaba la cocinera con la cara tiznada, pidiendo a la señora dinero para la lechera: gran algazara en el costurero. No solamente eran jóvenes y alegres las que cosían el equipo de Cecilia; pero además guapas, comenzando por su directora.
Pero don Lucas está muy descontento; dice que no volverá a tener otra cocinera como tú... Y esa Juana es una desfachatada, que provoca sin cesar los festejos de tu marido... Felizmente, tu marido no te ha olvidado aún. Estás en tiempo de volver... Pepa, como antes...
Palabra del Dia
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