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Pero yo desprecio los bienes terrenales, y no me preocupo del porvenir. ¿Ven ustedes este duro? Pues ahí va... Y hecho esto, el hombre aguarda la vuelta, cuenta las perras gordas una por una y se las guarda en un bolsillo profundo... Poco dinero y malo. Hombres furiosos. Señoras gruesas, siempre sofocadas, o por el calor o por los berrinches, que se abanican constantemente. Muchos curas.

Después, a la hora de la comida, eran los comentarios, los recuerdos agradables, los berrinches por supuestas ofensas que en el primer instante habían pasado inadvertidas, y que, agrandándose ahora en la imaginación, pedían venganza. Las dos niñas recordaban la ligera sonrisa de las de López al examinar sus disfraces de calabresas. ¡Reírse de ellas! ¡Las muy cursis!

La mayoría de estos personajes, el cacique Brevas, su hijo, Berrinches, y el alcalde Larán-larán es moralmente fea y ruin; pero la afición pesimista prevalece hoy en las obras de ingenio, y no nos atrevemos a censurar lo negro del cuadro, aunque le hubiéramos preferido menos negro. Todas sus figuras, sin embargo, no están tiznadas por los vicios y pecados.

En Mariquita León puede afirmarse que hay cuatro acciones en vez de una: la enemistad entre el alcalde y Berrinches, el cual se revuelve como acosada fiera, y acaba por asesinar a quien le persigue; la avaricia de Brevas, que excita a Juanito sin sal a hurtarle el trigo, y la repugnante y espantosa lucha entre padre e hijo que el hurto descubierto ocasiona y que da por resultado la muerte del padre; los poéticos y apenas iniciados amores entre Mercedes y el médico, que terminan melancólicamente en una separación algo, a mi ver, obscura y sutilmente motivada; y por último, la penosa enfermedad del niño enclenque, hijo muy amado de Mariquita León, con cuya muerte acaba la novela.

Embustera, trapalona... ¿Crees que me embaucas a con tus enredos? Vaya, vaya, no quiero incomodarme... Me tiene peor cuenta, y no estoy yo para coger berrinches... Comprendido, Nina, comprendido. Allá te entenderás con tu conciencia. Yo me lavo las manos, y dejo a Dios que te tu merecido. ¿Qué, señora?

Todo me lo revuelven, todo me lo ensucian. El alboroto de sus pataditas, de sus risotadas, de sus berrinches, me enloquece. Luego, el temor de que se caigan, de que les arañen los gatos, de que se mojen, de que se descalabren. MÁXIMO. Yo prefiero que me mande usted una cocinera... EVARISTA. Irá la Enriquetilla. Encárgate, Urbano; no se nos olvide. MÁXIMO. Bueno. EVARISTA. Aguarda.