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Actualizado: 4 de mayo de 2025
Si por su traje pobrísimo, lleno de remiendos y zurcidos, por sus alpargatas rotas, no comprendían ellos la diferencia entre una cocinera jubilada y una señora nacida de marqueses, pues bien pudiera esta vestirse de máscara, en otras cosas no cabía engaño ni equivocación: por ejemplo, en el habla.
No exclamó alegremente... Quiero que el té de la señora sea perfecto. Eso hará rabiar a Mariana, la cocinera de la señorita Bonnetable añadió con la cara llena de satisfacción. ¿Por qué ha de rabiar? La señorita sabe bien que en el último té de la señorita Bonnetable los pasteles de chocolate estaban quemados. ¡Ah! y los tuyos... Los míos son siempre perfectos respondió Celestina con vehemencia.
Pero de quien conserva don Juan recuerdo gratísimo es de Mónica, cocinera que guisó para él durante muchos años. No era una fregatriz vulgar, sino una sacerdotisa del fogón.
Aunque en mayor escala, acontece con ellas lo que con el turrón de Jijona, que al instante se conoce la falsificación. Bien puede tener la mas docta cocinera la receta auténtica, exacta, minuciosa, de estas empanadas; apuesto a que no las hace, si no es de mi provincia.
Vieron a la vieja cocinera que acudía hacia ella con el peón jardinero. Este último, cuando estuvieron cerca, le gritó a Marta con altanería: Señora, dadle las llaves del cuarto alto a Mariana; la condesa lo manda. Y no resistáis a su orden, porque si no, recurriré a la violencia para quitaros las llaves. Os está prohibido subir.
Maximina levantó los ojos hacia la cocinera y luego los volvió hacia Miguel con una expresión entre cándida y maliciosa, sospechando alguna broma. Cuando mi amigo se dirigió a ella preguntándole cómo estaba de salud, no le contestó más que ¡hum! sin levantar la cabeza siquiera.
Aunque la comida era de inferior calidad, no estaba tasada ni había gran rigor en las horas: si un chico tenía hambre, bajaba a la cocina, pedía pan y queso, y sin inconveniente alguno, se lo daban, y si la cocinera, de natural francota y bonachona, estaba de humor, hasta le freía un huevo o una magra.
Aún me faltan la cocinera y la doncella dijo ; doña Ana, esa bribona, no tiene más criados; el olor de la cocina me llevará. El tío Manolillo adelantó. No era entonces un hombre, sino una fiera astuta que adelantaba recelosamente sin producir ruido hacia su presa. Un momento después la cocinera y la doncella estaban enmudecidas y atadas.
Apenas si, en su excesiva timidez, se atrevió a aprisionar a su Dulcinea por el talle, y a besarle los labios con pasión. Esto bastó, sin embargo, para que lo comprendieran. Era la cocinera una persona capaz, que le llevaba a él siete u ocho años, y ya bastante ducha en las lides del amor. Ya me hago cargo le dijo ella; deseáis casaros conmigo.
Si no había criado, ella lo hacía, y arreglaba los cuartos y tendía la mesa; una vez, se despidió a la cocinera, y como el servicio anda así, como Dios quiere, Susana tuvo que ir a la cocina y preparó un almuerzo que daba gloria. ¡Esta Susanita decía el padre, es tan buena! si ella faltara, no sé qué sería de la casa.
Palabra del Dia
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