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Actualizado: 21 de junio de 2025
Se hundió él en su sillón, mirando a los chicos, y ella quedó con los ojos fijos en el suelo, el ceño fruncido y las mejillas de un rojo violáceo, como si la rabia le produjese erisipela.
Aceptado, y basta de charla, dijo Tristán adelantando el pie izquierdo, echando hacia atrás el cuerpo y abriendo y cerrando las enormes manos. El arquero, aunque de estatura mucho menor, tenía músculos de acero y era luchador experto. Acercóse con cauto paso á su adversario, que le miraba con ceño, erizada la roja cabellera y pronto á asirle entre sus garras.
Ferragut la interrumpió. Tenía el ceño fruncido, como si le dominase una idea tenaz... Tal vez no la escuchaba. ¿Dónde está la doctora?... El tono de su pregunta fué inquietante. Cerró los puños, mirando en torno de él como si aguardase la aparición de la imponente dama. Su gesto era igual al que había acompañado la agresión contra Freya.
El ceño de la habilidosa muchacha se dilató por primera vez en todo el día, y los tres salieron apresuradamente con la alegría del regalo, oyéndose el ruido de sus empellones y correteos. Esto obscureció un poco la sonrisa de don Juan. Decididamente, su hermana era una loca, que odiaba el dinero. ¡Mire usted que tirar tres duros tan en tonto! ¿No hubiera quedado lo mismo con tres pesetas?
Una vez afuera caminó con nueva arrogancia. La brisa que llegaba por la calle de la Muerte y la Vida oreaba en su labio un dejo impuro y febril. A los diez y siete años, merced a un precoz desarrollo, Ramiro tomó un aspecto recio y adulto. Su ceño altivo, así como sus anchas espaldas, imponían, a todo el que hablaba con él, un trato ceremonioso.
Recorrió en seguida con la vista el fúnebre lujo de la sala, en que la lámpara ardía con alta luz, y contrajo ligeramente el ceño. Aquí no agregó. Salimos juntos, pesados aún de alucinación, y atravesamos la casa resonante, pieza tras pieza. Al fin ella se apoyó contra una puerta y cerró los ojos. Cayó a lo largo de la pared. Volví el arma contra mí mismo, y me maté a mi vez.
Sarto siguió apuntándole, con expresión tan dolorida en el rostro que me costó trabajo no soltar la carcajada. Permanecimos allí diez minutos más. Ya lo ha oído usted dijo Sarto. Le han mandado a decir que «todo va bien.» ¿Y qué quieren decir con eso? pregunté. ¡Dios sabe! contestó Sarto frunciendo el ceño. Pero es innegable que el mensaje le ha hecho venir de Estrelsau en la mayor incertidumbre.
Como supiera un día la dama que su hijo frecuentaba los barrios de Puerta Cerrada, calle de Cuchilleros y Cava de San Miguel, encargó a Estupiñá que vigilase, y este lo hizo con muy buena voluntad llevándole cuentos, dichos en voz baja y melodramática: «Anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botín, en la calle de Cuchilleros... ¿sabe la señora?
Mis sueños cuando apenas muchacho adolescente, Mis sueños cuando joven ya lleno de vigor, Fueron el verte un día, joya del mar de oriente Secos los negros ojos, alta la tersa frente, Sin ceño, sin arrugas, sin manchas de rubor. Ensueño de mi vida, mi ardiente vivo anhelo, Salud te grita el alma que pronto va á partir!
Aquella Visanteta, con su peinado de la huerta, su perpetuo ceño y sus contestaciones secas y desabridas, era una gran criada, que se ganaba a conciencia el salario. Lo mismo preparaba en la cocina una gran comida, que arreglaba una mesa «a estilo de fonda», arte que había aprendido sirviendo a una familia inglesa.
Palabra del Dia
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