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Actualizado: 21 de junio de 2025
Estuvieron un rato bromeando en el gabinete, mientras se hacían los últimos preparativos, y luego pasaron al comedor, que era la pieza inmediata, sin más separación que una puerta. Casilda cenó junto a Luis, y Damián al lado de Genoveva.
Extendía sus piernas con la complacencia del que se ve un momento en libertad, acostumbrado a todas horas a imponerse con el ceño adusto de la dominación. Pero ¿no estaba usted enfermo? preguntó la jardinera . Yo pensaba pasar esta tarde a palacio para preguntar a doña Visita por su salud. Calla, tonta; nunca me he sentido mejor: especialmente desde esta mañana.
Figúrese usted, señor mío, que me acercaba a mi casa de los Cigarrales, y la visión era tan perfecta que todo estaba delante de mí claro, vivo, verdadero. Una soledad tristísima envolvía mi finca. Ni mis hijos, ni mis criados aparecían por ninguna parte.... Me acerco más, miro a las ventanas y las ventanas me miran con ceño.
En cambio sus cabellos dorados eran rizosos y le caían con mucha gracia por la frente; sus manos y sus pies más delicados y breves que los de Nieves; y, sobre todo, tenía a menudo, casi constantemente, un ceño, cierto fruncimiento del entrecejo que no era de enfado y prestaba a su fisonomía un matiz picaresco extremadamente simpático.
Afortunadamente, a aquella hora sólo había unas pocas señoras, que fingieron no verles, y luego, a sus espaldas, se miraron con el ceño fruncido y moviendo la cabeza. «¡Qué escándalo!...» Luego pasaron ante Isidro, que hablaba con Zurita de espaldas al mar. El doctor los siguió con un gesto de cómica admiración. Compañero, ¡y qué valiente es su paisano! Cada día con una... ¡y a su edad!
¡Ahí es nada! ¡con tío en palacio, cocinero de su majestad y enredador, avaro y celoso! ¡cuando os digo que habéis hecho suerte! ya veréis; ahora, si os importa ver vuestro tío, seguid á mi lado, ni más ni menos que si no os hubiesen negado la entrada; alta la cabeza, fruncido el ceño, y por no dar, que el dar daña, no les deis ni las buenas noches.
Izquierdo frunció el ceño. Lo que él quería era ponerse uniforme con galones. Volvió a sumergirse de una zambullida en su conciencia, y allí dio volteretas alrededor de la portería de casa particular.
Ayer no te vi dijo Dupont frunciendo el ceño y coloreándosele las mejillas. No pude ir, don Pablo, Me retrasé... unos amigos... Ya hablaremos de eso. ¿Tú sabes qué fiesta fue la de ayer? Te hubieras conmovido viéndola.
En tanto, doña Lupe hacía mil consideraciones sobre el apático desdén con que Juan Pablo recibiera la noticia de aquello. Había fruncido el ceño; después había opinado que su hermano era loco, y por fin, alzando los hombros, dijo: «¿Yo qué tengo que ver? Es mayor de edad. Allá se las haya». Lo mismo Maximiliano que su tía habían notado que Juan Pablo estaba triste.
No era posible que su tío el Canónigo alterase los tales papeles, y en cuanto al primitivo poseedor de ellos, Tomás Rufete... Al llegar a este punto de su cavilación, Isidora fruncía el ceño y ahondaba, ahondaba en aquel mar inmenso de lo dudoso. ¿Pero a qué martirizar el pensamiento?
Palabra del Dia
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