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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Tanto me importa, como que esperando á que concluyéseis vuestra larga audiencia con el cocinero mayor, me he estado en el claustro bajo mirando los cuadros uno detrás de otro, y volviéndolos á mirar esperando á que saliese el bueno de Montiño, y luego me he paseado otro gran rato en el claustro alto, á fin de encontrar un momento en que nadie me viese para colarme en vuestra celda.

No le remordía la conciencia. Su conducta con Fray Miguel había procedido de la intención más sana. Sin duda Fray Miguel pensó lo mismo, después de la larga pausa y de la mirada escrutadora. No quiso, sin embargo, hablar más. Se levantó de la silla, tomó su lámpara, pronunció un Dios te guarde, inclinando la cabeza, y se volvió a su celda sin más explicaciones, preguntas ni discursos.

Me volví á palacio, pero estaban las puertas cerradas, y me vi obligado á meterme con el cofre y con mis gentes en donde mis gentes me entraron, en una muy mala casa, señor, donde me dieron un jergón muy malo, y pasé una muy mala noche y luego me hicieron pagar un muy buen precio... desdichas y más desdichas... y cuando creía que iba á descansar, he aquí que me prenden en nombre del Santo Oficio, y me asusté, señor, porque sin que os ofendáis, el nombre del Santo Oficio mete miedo, y me entran y me encierran en vuestra celda.

El montero de Espinosa salió, y al atravesar el corredor que conducía al claustro, dijo: ¡Es extraño! ¡ponerse malo de repente! ¡y á me parece que está muy bueno! ¿qué habrá aquí? Apenas había salido Alonso del Camino de la celda, cuando salió de la alcoba el tío Manolillo.

Entonces, aturdido enteramente, vacilante, asustado, semimuerto, salió del patio del alcázar, en donde se encontraba, y escapando por la puerta de las Meninas, tiró hacia el laberinto de callejas del cuartel situado frente al alcázar, y se perdió en él. Por aquel mismo tiempo el padre Aliaga se paseaba en su celda.

Tampoco era un «quincenario» de los que pasan en la celda medio mes sin enterarse del motivo de su detención. Era un detenido de causa, y los camaradas conocían su historia.

La superiora meditó unos instantes; después le dijo: Hija, ya tiene bien sabido que aquí nadie debe jactarse de hacer nada mejor que otra... Debes creerte la última, porque acaso lo serás... Hace tiempo que vienes siendo poco humilde y es necesario que empecemos a corregirte ese vicio... Por lo pronto, ve a pedir perdón a la hermana Isabel de tu falta y en seguida enciérrate en la celda a rezar un rosario a la Virgen... Después, cuando esté en el locutorio con la novicia, te presentarás allí y te pondrás de rodillas para que la gente vea que estás castigada.

Una mujer y un señor mayor le salieron al encuentro; pero D. Rodriguín no supo darse cuenta de lo que le dijeron, porque extenuado de fatiga y perdidas las fuerzas, se arrojó sobre un montón de ropa blanca. Dejémosle allí. El Padre Gracián estaba tranquilo en su celda escribiendo algunas cartas, cuando sintió el tumulto.

A este tiempo en la ciudad de la Asunción el R. P. M. Fr. Joseph de Zerza, comendador del convento de Nuestra Señora de la Merced, amigo muy íntimo del siervo de Dios, por haber sido su discípulo en la filosofía, le vió entrar en su celda y le dijo con tierno afecto: Hijo, encomiéndame á Dios, porque me hallo en grandes angustias.

Algunas monjas se retiraban a su celda a dormir la siesta; otras se iban a la iglesia que era lo más fresco de la casa, y sentadas en las banquetas, apoyando en la pared su espalda, o rezaban con somnolencia, o descabezaban un sueñecillo. Las Filomenas caían también rendidas de cansancio. Algunas se iban a sus dormitorios, y otras tendíanse en el suelo de la sala de labores o de la escuela.

Palabra del Dia

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