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Actualizado: 3 de julio de 2025


Bastaba que Clementina le mirase ceñuda y le dirigiese una seca reprensión para que el loco se sometiese repentinamente. En cambio, no hacía caso alguno de su yerno. Cuando el criado que le cuidaba, viéndole tranquilo iba a recrearse un poco con sus compañeros, el loco acostumbraba a vagar por las habitaciones del palacio mirándose con atención a los espejos.

Al poco rato apareció Rosalía en Gasparini, y Milagros la vio ceñuda y risueña a un tiempo mismo, como cuando no podemos sustraernos a los efectos de uno de esos lances cómicos que suelen ocurrir en las ocasiones más tristes. «Vea usted qué gracia dijo Rosalía al oído de su amiga . Me ha dicho en el comedor, con mucho secreto, que le haga el favor de adelantarle otros cinco duros».

¡Eso! ¡eso! Retoza, grandísimo holgazán, comedor. Toda la tarde roncando y ahora en vez de ordeñar las vacas, de jarana dijo una vocecita aguda. Quien profería estas ásperas razones era la avinagrada esposa del tabernero, una mujerzuela bajita, menuda, rugosa, de frente ceñuda y ojos pequeños y fieros. Martinán se levantó del suelo riendo.

Conmovidos y aterrados, contemplamos el semblante de doña María, que reclinada en el sillón, con la barba apoyada en la mano, silenciosa, ceñuda primero como una sibila de Miguel Ángel, y conmovida después, pues también las montañas se quebrantan al sacudimiento del rayo, derramó lágrimas abundantes. Parecía que su rostro se quemaba. Su llanto era metal derretido.

Y esforzándose en no llorar, acabó su tocado ceñuda y mal humorada, como quien gasta tiempo en tarea baldía. El día señalado, y a la hora convenida, Pepe y Millán trasladaron a don José a casa de Engracia.

La curiosidad hizo al tío Frasquito perder la cabeza, y por querer fiscalizarlo todo a un tiempo, ni vio a Bellak, la cabra blanca, cruzar como una flecha el rústico puentecillo, ni a Dinorah caer en el fondo del barranco, ni a Höel precipitarse desesperado en su auxilio, ni a Currita que ceñuda y apretando con inexplicable rabia las varillas del abanico, decía a Butrón muy por lo bajo: ¿A Jacobo?... ¿Acaso le veré yo esta noche?... Ya ha correteado todos los palcos y todavía no me ha dirigido un saludo.

¡Cómo me late el corazón! exclamó llevándose la mano al pecho. ¡Adiós! ¡Buena suerte! A quien le latía hasta querer saltársele del pecho era al pobre Mario. No se atrevió a mirar a Carlota. Tampoco ésta volvió su rostro hacia él. Felizmente vino a sacarlos del apuro la bella Presentación. Entró seria, ceñuda y, sentándose cerca del balcón, exclamó con un suspiro: ¡Ea! ¡Ya estoy en funciones!

Luego fué derramando una lluvia de pétalos por toda la superficie del túmulo, grave y ceñuda, como si cumpliese un rito religioso, acompañando la ofrenda con salutaciones de su pensamiento: «A ti, que tanto amaste la vida por sus bellezas y sus sensualismos... A ti, que supiste hacerte amar de las mujeres...» Lloraba mentalmente su recuerdo con tanta admiración como dolor.

En sus últimos años de permanencia en París, tocada una vez más del afán de construcción, se había ocupado en preparar su morada definitiva, levantando junto al mausoleo del marqués de Villablanca, cuya imagen ceñuda é indomable tenía en la mano una espada rota, otro monumento no menos ostentoso, con una estatua que ella creía su exacto retrato y no era mas que una reproducción de la infeliz reina de Escocia tal como aparece en las estampas de la época romántica.

Después que hubo anudado las cuatro puntas del pañuelo que contenía el equipaje, se incorporó el hombre, volvió la cara... y conocí en ella á la del Tuerto; pero más obscura, más triste, más ceñuda que nunca. La sardinera, al oir á su marido, rompió á llorar á todo trapo: sus hijos la siguieron en el mismo tono. ¡Á ver si vos calláis, con mil demonios! exclamó el pescador con visible emoción.

Palabra del Dia

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