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Al llegar a la puerta de la casa, salió Isabelita al encuentro de su mamá gritando con inocente júbilo: «¡Papá ve, papá ve!». Entraron apresuradamente Rosalía y Pez, poseídos de gozo por tan buena nueva, y vieron a D. Francisco que se paseaba de largo a largo en Gasparini con la venda alzada, gesticulando, tan nervioso y excitado que parecía demente.

Al gabinete de la derecha, donde estaba el despacho de Thiers y la alcoba conyugal, se le llamaba Gasparini, sin duda por ser lo más bonito de la casa. El otro gabinete fue bautizado con el nombre de la Saleta.

Durante un rato no se oyó en Gasparini más ruido que los suspiros de la Pipaón y algunas tosecillas de la marquesa, que no tenía sus bronquios en el mejor estado. Como las dos amigas estaban solas en la casa, pues Bringas no había vuelto de la oficina, ni del colegio los niños, podían hablar con toda libertad de sus cuitas sin hacer misterio de ellas.

Al poco rato apareció Rosalía en Gasparini, y Milagros la vio ceñuda y risueña a un tiempo mismo, como cuando no podemos sustraernos a los efectos de uno de esos lances cómicos que suelen ocurrir en las ocasiones más tristes. «Vea usted qué gracia dijo Rosalía al oído de su amiga . Me ha dicho en el comedor, con mucho secreto, que le haga el favor de adelantarle otros cinco duros».

A veces, dejándose llevar de su apasionado afán, salía del Camón y daba dos o tres vueltas por la casa con todos aquellos arreos sobre su cuerpo. Para esto esperaba a que la criada y los niños estuviesen fuera y D. Francisco encerrado en Gasparini con Paquito. Más de una vez se mostró engalanada a la admiración de Cándida, solicitando del criterio de esta una aprobación o censura juiciosas.

En aquellos largos días de verano, D. Francisco, que no podía leer ni trabajar ni ocuparse en nada, se hubiera aburrido de lo lindo, si no tuviese el recurso de jugar con su hija a revolver, ordenar y distribuir cosillas. «Ángel decía después de dormir su siesta , tráete las cajitas y nos entretendremos». Los dos en Gasparini, sin testigos, se pasaban toda la tarde sentados en el suelo, sacando los objetos y clasificándolos, para volver a guardarlos después con mucho cuidado. «Algunas de estas cosas servirán todavía decía el economista . Pongamos los huesos de albaricoque juntitos aquí.

Permitiole el médico levantarse de la cama a los tres días, mas con orden terminante de no moverse de un sillón y estarse quieto y mudo, indiferente a todo y sin recibir visitas ni ocuparse de cosa alguna, siempre vendado rigurosamente. Levantose, y le instalaron en Gasparini, en cómodo sillón con almohadas.

«Bailen, corran; la casa es de ustedes, niñas queridas» decía Thiers sin apartar la vista de los átomos que pegaba sobre el vidrio; y ellas lo tomaban tan al pie de la letra que corrían danzando de Gasparini a la Saleta y a saltos se metían en el Camón y en Columnas. Pues digo... cuando les daba por revolverle a Isabelita sus muñecas, era lo de empezar y no concluir.

Como D. Quijote soñaba aventuras y las hacía reales hasta donde podía, así Alfonsín imaginaba descomunales mudanzas y trataba de realizarlas. D. Francisco, que estaba en Gasparini con Isabelita, oía ruido de trastos, chasquidos de látigo, y estas palabrotas: ¡Ala... arriba... upa... ajo... arre caballo!

Algunas tardes, cuando Pez y Rosalía no podían salir a la terraza a causa del mal tiempo, los tres tertuliaban en Gasparini. Tenían que oír los elogios que D. Manuel hacía de la estupenda obra de su amigo.