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Actualizado: 10 de julio de 2025
Lo que sucedió poco después, va a referirlo la marquesa misma: «Se abrió rápidamente la puerta de escape, y apareció Luz delante de mí, de la manera más extraña: el pelo destrenzado y flotante sobre la espalda, y recogido lo demás en ancho lazo sobre cada sien; el blanco peinador mal ceñido a su cuerpo; entre las manos, convulsas, un papel, y la cara..., ¡oh!, el espanto, la ira, el dolor, la sorpresa, el desconsuelo... todo esto se podía leer en su cara transfigurada, y en su actitud resuelta e indecisa al mismo tiempo.
Al lado de éste y algo separado, había otro altarcito sobre el cual se alzaba una imagen del Salvador con el pecho abierto, dejando ver un corazón ensangrentado, ceñido por corona de espinas y coronado de llamas. En torno de la imagen había una muchedumbre de cirios encendidos que chisporroteaban lúgubremente en el inmenso ámbito silencioso de la iglesia.
Pero el que le dejó confuso, absorto y entusiasmado fue tío Manolo vestido de señor feudal; llevaba botas de ante amarillo que le llegaban hasta los muslos y el cuerpo ceñido con loriga que brillaba como un espejo; el casco era enorme y asombroso por la cantidad de águilas, grifos y dragones y otros animales emblemáticos que le adornaban; la barba le llegaba casi hasta la cintura, y hasta el medio de la espalda los cabellos.
Schack y sus compañeros de viaje escaparon á duras penas con la vida; las olas se tragaron sus cofres y dinero, debiendo sólo á la circunstancia de llevar en un cinto ceñido á su cuerpo una carta de crédito, el disponer de medios suficientes para trasladarse desde Malta á la tan deseada Grecia.
Y sin saber cómo, sin querer se le apareció el Teatro Real de Madrid y vio a don Álvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de Rosina: Ecco ridente il ciel... La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre y estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores.
Atravesamos ahora la gran cordillera y nos suspendemos, no lejos de la confluencia del Guadamatilla con el Zuja, sobre un llano donde descuella una poblacion que tiene al norte un cerro ceñido por un arroyo, y en él los restos de uno de los mas soberbios alcázares de la España del siglo XV. Es Belalcázar, nombre dado por el fundador de aquella insigne fortaleza D. Gutierre de Sotomayor, maestre de la órden de Alcántara, á quien hizo merced de la poblacion el rey D. Juan II. No habia en toda la tierra aledaña alcázar de mas estupenda estructura: mil varas de estension ocupa todavía su muro de cantería, el cual formaba un gran cuadrilátero fortalecido con veinticuatro cubos y defendida por un castillo con ocho torres y un foso de treinta piés de anchura.
Y ya Pedro Carvallo había recogido la espada; y sin tener en cuenta en su furiosa locura la magnanimidad de Morsamor, se disponía de nuevo a embestirle, cuando Morsamor se sintió de repente ceñido el cuerpo en estrecho abrazo y cubierto el rostro de besos. Donna Olimpia, In tutto il vezzo, della sua persona,
Vestía chaqueta corta, sombrero cordobés de alas rectas, pantalón ceñido, faja de seda encarnada y camisa bordada con botones de diamantes: todo rico y esmerado, y mostrando no sólo un hombre bien acomodado, sino cuidadoso de su persona y quizá un poquito pagado de ella. ¿Y Joselillo? preguntó. Pues se fué hace ya bastante rato por unos frascos de ginebra y aún no ha venido. ¡Valiente niño!
Vestía frac azul con botón dorado, chaleco floreado, pañuelo de seda negro enrollado al cuello, pantalón ceñido con trabillas y el sombrero blanco de copa alta. Contaría setenta años de edad, alto, enjuto, aguileño, rasurado. Todos guardaron silencio respetuoso y miraron con asombro á aquel varón profundo, honra de la comarca que le vió nacer.
Un pensamiento instantáneo acaba de cruzar por su mente. Sube al escabel, descuelga los viejos vestidos y las botas que penden de lo alto de la gruta. Un bolsillo de monedas suena en los gregüescos. Cuando hubo cambiado el sayal por aquellas ropas de otro tiempo y ceñido la espada, salió de la cueva y se puso a errar en la noche.
Palabra del Dia
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