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Actualizado: 10 de octubre de 2025


¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta!

Blanca le hacía toda clase de fiestas y cariños al insinuante abate: al sentársele al lado, aquella criatura, fría e impávida, se volvía una gata mimosa con el clérigo: le besaba respetuosamente el dedo ceñido por el anillo de regla: le tomaba el capelo, le traía ella misma la taza de y le ponía en la boca alguna rica golosina de Roverano, con una gracia indescriptible.

Vestía hábito de estameña negra ceñido a la cintura por un cordón del cual pendía un gran crucifijo de bronce. En la cabeza, a más de la toca, traía una gran papalina blanca almidonada. Los zapatos eran gordos y toscos; pero no podían disfrazar por completo la gracia de un pie meridional.

Mas no por eso se crea que al compaginar esta novela, y al idear los motivos y pasiones que influyeron en los personajes que en ella figuran, me he ceñido servilmente á lo que reza la docena de páginas del antiguo manuscrito. Al contrario, me he tomado en ciertos puntos casi tanta libertad como si el asunto fuera enteramente de mi invención.

Palabra del Dia

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