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Mas no por eso se crea que al compaginar esta novela, y al idear los motivos y pasiones que influyeron en los personajes que en ella figuran, me he ceñido servilmente á lo que reza la docena de páginas del antiguo manuscrito. Al contrario, me he tomado en ciertos puntos casi tanta libertad como si el asunto fuera enteramente de mi invención.

Facilillo era compaginar la lozanía de la señora de Rubín con su desgracia. ¿Y cómo evitar que del indicio de aquellas apretadas carnes y de aquel color admirable indujeran los parientes la certeza de una vida regalona, alegre y descuidada?... Uno rato estuvo mi hombre discurriendo cómo probar que no es cosa del otro jueves que las personas afligidas engorden, y aún no había logrado construir su plan lógico, cuando llegó Juan Pablo, frotándose las manos, y dejando ver en su cara la satisfacción íntima que el simple hecho de entrar en el café le producía.

Uno de los libros que con frecuencia y gusto leía doña Inés era el que escribió el iluminado y extático varón fray Miguel de la Fuente acerca de Las tres vidas del hombre. De aquí que no titubease doña Inés en compaginar que tenía tres vidas. Yo también lo imagino, y casi me atrevo a darlo por seguro.

Esto del horizonte avivó en la mente de la joven aquel naciente anhelo de lo desconocido, del querer fuerte sin saber cómo ni a quién. Lo que no podía era compaginar esperanza tan incierta con la vida de familia que se le recomendaba. Pero algo y aun algos se le iba clareando en el entendimiento. Feijoo mejoró sensiblemente en los días que siguieron al arrechucho aquel.

Y este es el fenómeno que yo sometería al examen de los susodichos señores, tan dados a compaginar contrasentidos y desembrollar monstruosidades.

Ajústeme usted tales medidas, digo yo ahora; y perdónese lo vulgar de la frase. ¿Cómo compaginar que los poetas son la luz del mundo, nuestra guía y nuestro faro, y que son al mismo tiempo locos? Todo se entiende si consideramos la tal locura como frenesí divino, como furor sagrado que el estro infunde, clavando su aguijón agudo en el pecho del vate.

Pero, ahorcados ya los hábitos, y teniendo que declarar en seguida que Pepita era su novia y que iba a casarse con ella, D. Luis, a pesar de su carácter pacífico, de sus ensueños de humana ternura, y de las creencias religiosas que en su alma quedaban íntegras, y que repugnaban todo medio violento, no acertaba a compaginar con su dignidad el abstenerse de romper la crisma al conde desvergonzado.