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Actualizado: 10 de octubre de 2025
Tenía puesto un traje de lanilla gris liso y muy ceñido; la respiración pausada y tranquila imprimía a su hermoso pecho un movimiento regular, y un rizo sedoso y negro, escapado de entre las horquillas, le ocultaba parte de la frente.
Abriose la puerta de este, y entró Baltasar, ceñido el fino talle por un uniforme intachable; y después de saludar cortésmente a la madre y a las niñas, se sentó al lado de la mayor, arreglándose el pelo con la enguantada mano, y estirando levemente, con notable desembarazo, la tirilla.
Si trae usted algún bulto mándelo a mi casa, para que a medio día se lo traigan los arrieros». Andrés estaba en la sala con mis tías. Al verme exclamó: ¡Aquí está el campirano! ¡Ya lo verán ustedes mañana, qué plantadote, con el sombrero charro y el pantalón ceñido! Y me tomó del brazo y me llevó a mi cuarto. ¡Vaya! Aquí está todo. Me parece que toda está bueno.
Allí, en las húmedas y boscosas calles de Barrio Viejo, encontraréis a todos los villaverdinos: unos a caballo, luciendo el potro rijoso y bien enjaezado, el pantalón ceñido, el sombrero suntuoso y el zarape de mil colores; otros, en viejos y desvencijados carruajes; los más, caballeros en el corcel de San Francisco.
Finalmente, con la sumaria del caso y con una gran cáfila de gitanos, entraron el Alcalde y sus ministros con otra mucha gente armada en Murcia, entre los cuales iba Preciosa y el pobre Andrés, ceñido de cadenas, sobre un macho, y con esposas y piedeamigo. Salió toda Murcia a ver los presos; que ya se tenía noticia de la muerte del soldado.
La había ceñido de altas torres almenadas y de fuertes y gruesos muros; había edificado, sobre gigantescos sillares, en la cumbre del monte Moria, donde fue el sacrificio de Abraham, el maravilloso y único templo del Dios único, y había coronado las alturas de Sion con inexpugnable ciudadela y con alcázar suntuoso.
Y él, con el chaqué ceñido de talle y abombado de pecho, los pies de femenil pequeñez enfundados en charol y cañas blancas sobre altos tacones, bailaba grave, reflexivo, silencioso, como un matemático en pleno problema, mientras las luces azuleaban las dos cortinas obscuras, apretadas y brillantes de sus guedejas.
Desde la embajada española, allá en lo alto de Pera, veíase flotar sobre el límpido azul de las olas su largo levitó oscuro, ceñido por el zurriago de cuero de hipopótamo, insignia de su clase, que había servido de dogal.
Vestía en aquel momento un traje morado obscuro extremadamente ceñido y plegado al cuerpo, y si bien, a petición suya, se los hacían ya un poco más largos, todavía al bajarse para cortar las flores enseñaba gran parte de unas espléndidas y bien torneadas pantorrillas, que corrían pareja con los brazos de marras.
Don Juan se dio en seguida a pensar en lo bonita que estaría aquella mujer envuelta en una bata lujosa, lánguidamente tumbada en una butaca, o vestida de baile con los brazos desnudos, ceñido el cuerpo en sedas y encajes, o mejor aún, en el momento de lavarse y peinarse, que es el instante más favorable para saber si la belleza femenina está en aquel punto de sazón y frescura que la hace ser la obra maestra de Dios.
Palabra del Dia
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