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Actualizado: 21 de noviembre de 2025
Doña Clorinda, que no te podía ver, por considerarte un frívolo, un vago pernicioso, hace de ti los mayores elogios, á causa del perdón de esa deuda enorme y de tu propósito de ayudar á la duquesa. Dice que eres un caballero digno de otros tiempos, un gran corazón... Miguel encogió los hombros. ¡Lo que le importaba á él la tal doña Clorinda!... Esto exasperó á Castro.
Se marchó dos días antes que él... ¡Oh, Alteza! ¡cómo me acuerdo de aquello que nos dijo en un almuerzo sobre las mujeres!... Las conozco, príncipe: todas ellas son temibles enemigos. Y señalaba rencorosamente Lo que la palmera le dijo al agave. En vano el príncipe insistió en sus preguntas. No sabía más, no le inspiraba curiosidad la suerte de Castro.
Son también traducciones ó imitaciones de originales españoles la mayor parte de las comedias del toscano Pisani, del napolitano Ignazio Capaccio, del catanés Pietro Capaccio, del amalfitano Tommaso Sassi, de Onofrio di Castro y de Andrea Perrucci.
En realidad, le había interesado, aunque ligeramente, esta desconocida, rubia, alta, con un aspecto de vigor esbelto, de ágil soltura, como las gimnastas y las amazonas. Pues es «la Generala» continuó Castro, sin parar mientes en la falta de curiosidad de su amigo . Este generalato no hay que tomarlo en serio. Es un apodo cariñoso.
Hubo unos instantes de confusión en que nadie se daba cuenta de lo que en realidad había pasado. La Amparo se había puesto terriblemente pálida y aún murmuraba sordamente denuestos. En cuanto León Guzmán averiguó, viendo en sus manos la llave, lo que había pasado quiso arrojarse sobre ella, y lo hubiera hecho faltando a lo que se debe un caballero, si Pepe Castro y Rafael no le hubieran sujetado.
Y si Pepe Castro, por motivo de una enfermedad nerviosa que había tenido de niño, cerraba el ojo izquierdo con frecuencia, lo cual sin duda le agraciaba, ¿con qué derecho pasaba el día Ramoncito haciendo guiños a la gente con el suyo?
¡Cuánto calor, Pepa, cuánto calor! exclamó Castro. No lo sabe usted bien repuso la viuda con entonación maliciosa. Por desgracia. O por fortuna. ¿Está usted ya cansado de Clementina? Fuentes no se encontraba bien con aquel cuchicheo. Le dolía desperdiciar su ingenio en conversación particular, para una sola persona.
«La Generala» había presenciado la primera parte de la victoria de su amiga. «Va á perder, esto no puede durar», pensaba á cada golpe. Luego se había retirado de la mesa, explicando su actitud á Castro y á otros amigos. No podía presenciar con tranquilidad cómo Alicia hacía un juego tan arriesgado. Era una emoción superior á sus fuerzas.
No podía estarse quieto cinco minutos. Si cualquiera hiciese al cabo del día la mitad de movimientos que él, caería rendido antes de llegar la noche. Castro seguía sus movimientos con ojos burlones y desdeñosos. Pero estos ojos se tornaron serios e inquietos al ver que su amigo se acercaba a la mesa de noche y se ponía a jugar con un precioso revólver que allí tenía.
Que mejor era para mí, pues vos sois el juez deste tormento." Lope, La Dorotea, acto II, escena III, pág. 64, edición de A. Castro. Biblioteca "Renacimiento". Nueva Bibl. de Aut. Esp., 7, 309. Sería fácil establecer un paralelo análogo en otros pasajes, especialmente en toda la escena final del acto II, después de vencido el Abencerraje.
Palabra del Dia
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