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Actualizado: 21 de noviembre de 2025


Allí, a la sombra de los ahuehuetes, charlaban y reían cinco o seis lechuguinos. Entre ellos estaba el joven cuyo destino fuí a ocupar. mi nombre y el de Gabriela, y una voz que decía: ¿Se casarán? ¡Es cosa arreglada! exclamó alguno.... Parece que.... Y no escuché más. Hablaron tan quedo que no percibí lo que decían. ¡Alguna infamia! Las señoritas Castro Pérez entraron en el templo.

Mientras Lewis jugaba, el conde, sentado en un diván, leía plácidamente algún volumen, sin prestar atención á la curiosidad del público, que se fijaba en su gran cabellera blanca echada atrás, sus bigotes enormes y alborotados, sus ojos redondos, verdes y fosforescentes como los de un pajarraco nocturno. Castro sentía excitada su curiosidad por los libros del conde.

Atilio Castro, que se burlaba del coronel, estando siempre en desacuerdo con sus opiniones, parecía impresionado por tal prodigio histórico. Estos ya no son sus tiempos, don Marcos. Vamos á ver cosas muy nuevas. América, que hace un siglo era una simple colonia de Europa, tal vez la proteja ahora y la salve.

Todos se repetían en voz baja su nombre; hasta el conductor mostró cierta emoción al ver en su coche al propietario de Villa-Sirena. Y lo peor de todo, queridos amigos, es que estoy arruinado. Spadoni abrió desmesuradamente sus ojos negros, como si oyese algo inaudito y absurdo. Castro sonrió con incredulidad. ¿Arruinado ?... Me contentaría con la décima parte de tus escombros.

El señor mi maestro me quiere mucho, y es conmigo demasiado benévolo. Deseo trabajar, y estoy seguro de adelantar al lado de persona tan recomendable. ¡Quién no sabe que es usted el primer abogado del Estado de Veracruz! Castro Pérez se hinchó como un pavo, se meció en la poltrona, fingió sonrojarse, y me dijo: ¡Al grano! ¡Al grano! ¿Conoce usted el ramo? No, señor.

Un delicioso y vago sentimiento de dicha y libertad, como el que tendría un pájaro al volar si estuviese dotado de alma, penetró en su corazón y lo inundó de alegría. Era también la primera vez que Pepe Castro le apretaba la cintura.

Habían pasado los ocho días de plazo señalados por Castro Pérez, y mi hombre no daba señales de vida. Se me cerró el mundo, y me solo en él, sin dinero, sin esperanza.

Era á la sazón arzobispo don Pedro de Castro y Quiñones, quien haciendo aprecio de los méritos del doctor Salinas y teniéndole personalmente en gran estima, le ofreció una canongía á la que éste renunció por causas que se ignoran.

Despues á 24 de marzo del presente año, el dicho D. Alfon desterró á su ilustrísima echándolo por fuerza de la ciudad, sacándolo por las riendas de su mula; 8.ª por haber sacado por fuerza á muchos de los retraidos en la iglesia; 9.ª porque viviendo Alfon de Jaen y Diego Rodriguez, racioneros de esta iglesia, cerca de Castro, los mandó prender, quitándoles dos acémilas de su ilustrísima con muchas cosas que llevaban, lo que no habia pagado todavia, teniendo presos á dichos racioneros; 10porque siendo electo su ilustrísima de esta iglesia, D. Alfon y los suyos entraron de noche en las casas obispales y robaron mucho dinero en especie, en vino, pan, trigo, cebada y preseas de casa, y despues, siendo su ilustrísima ya obispo, excomulgó á los robadores y muy poco restituyeron; 11por tener, como tiene, por fuerza tomadas las casas obispales y embargado cuanto en ellas habia

Llamóse éste Pedro Fernández Salinas, fué hombre de desahogada posición y contrajo matrimonio en Sevilla con doña María de Castro, habiendo de este enlace cuatro hijos, entre ellos á Juan de Salinas, que vino al mundo en la capital de Andalucía, el 24 de Diciembre de 1559.

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