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Actualizado: 12 de octubre de 2025
Eso sí saltó misia Casilda, siempre he dicho yo que eres lo mejorcito de esa familia; sólo que te dió por no querer trabajar... ¡y ahí tienes! Agapo se encogió de hombros.
Almorzad, almorzad conmigo, y después de almorzar ya veréis cómo pensáis de otro modo. Sí, sí, es preciso dijo Dorotea y aunque sólo fuera por probar... Observo que en el estado en que nos vemos necesitamos más vino, una botella es poco. Traed, traed más vino; cuatro botellas... dijo Dorotea. ¿De qué? repuso Casilda. Puesto que tenéis bodega, que venga, si hay, Jerez dijo Quevedo.
Y cayó otro proyectil, un frasco vacío, que explotó como una bomba. La muchacha echó a correr escalera arriba, a tiempo que salía del comedor misia Casilda, con su cara de muñeca sin expresión, tan rosada y lustrosa que de porcelana parecía, y el pelo partido al medio y recogido detrás de las orejas, ennegrecido y pegado a la frente por el cosmético. ¿Qué hay? ¿qué escándalo es éste?
Peribáñez emprende su marcha con los soldados, pero apenas llega al primer paraje, en donde ha de pernoctar, cuando se apresura á regresar á su aldea, y por una puerta excusada se desliza en su casa y se oculta. Oye al poco tiempo ruido de pasos: son del comendador, que, como antes, ha encontrado medio de llegar hasta la habitación de Casilda.
Necesitaba, a su vez, de un intermediario seguro. Cohechar a doña Alvarez le repugnaba. Hizo llamar a Casilda. La muchacha, bajando los ojos, escuchaba en silencio los mensajes e íbase a repetirlos sin quitar ni poner. De esta suerte llevó también una sortija de diamantes y trajo una muy señoril, con florentino sello burilado en una crisólita.
Hablaba con voz campanuda, muy despacio, sin mirar a Pablo Aquiles, mudo delante de él. Vino Casilda, y con aire digno se sentó, sin saludar a su cuñado.
Todo en nombre de la civilización. Porque aquella turba miserable es el botín de la última batida en la frontera... Detrás de los cristales de la puerta del comedor, apareció una sombra: la señora Casilda escudriñaba en la obscuridad; pero estaba la chica tan arrebujada, tan perfectamente escondida dentro de su refajo y enroscada, por así decirlo, sobre el umbral, que era difícil distinguirla.
Al punto nada vieron, sino la llama temblorosa de una lamparilla; luego aparecieron, como esfumadas, las figuras principales del cuadro: un franciscano, rezando bajo descomunal y tétrico crucifijo; en un rincón, la Pepa, silenciosa como una esfinge; a la cabecera del lecho, Casilda... Sobre la blancura de las almohadas, destacábase la cara lívida del muerto, con los ojos todavía abiertos, vueltos del lado de la puerta, por donde acababa de aparecer Gregoria; esta mirada de ultratumba, figurósele a la triste arrepentida señal de eterno y enconado reproche, y sacudida por temblor convulsivo, se precipitó en el cuarto y fué a prosternarse delante del padre que había ofendido, derramando sinceras lágrimas.
Yo, sin embargo, en mi mula mansa y al lado de la tía Casilda, no me aburrí ni entristecí a la vuelta como a la ida. Durante todo el viaje oí a la tía sin cansancio referir sus historias, y por momentos me distraje en vagas imaginaciones. Nada de lo que en mi alma pasa debe ser un misterio para Vd.
Cuando se sentaron a la mesa y se sirvió la comida, Quilito mandó a decir que él no bajaba, porque no tenía gana. ¡Ya me va cargando el chico éste! exclamó el padre. Misia Casilda preparó en una bandeja dos platos, y bien tapada, con el pan y el vino, mandó a Pampa que la subiera al niño. Mira observó, si no abre, dejas todo en la escalera, delante de la puerta.
Palabra del Dia
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