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Actualizado: 12 de julio de 2025


Pero ¡cuánto sufrí por dentro! Ellos corrieron, galoparon, se nos adelantaron a la ida y a la vuelta. El vicario y yo permanecimos siempre serenos, como las mulas, sin salir del paso y llevando a doña Casilda en medio.

No ya sólo hasta al cuarto donde escribo, sino hasta a mi alcoba penetran, sin que nadie se atreva a oponerse, el señor vicario, el escribano, mi primo Currito, hijo de doña Casilda, y otros mil que me despiertan si estoy dormido y me llevan donde quieren. El casino no es aquí mera diversión nocturna sino de todas las horas del día.

¡Está amaneciendo! exclamó con acento duro . ¿Qué sucede, Casilda? anoche me acosté demasiado tarde y me despiertas al amanecer. Estoy servida detestablemente. Son las ocho y media, señora dijo temblando la doncella. Te dije que no me llamaras hasta las doce. Es que está ahí don Juan. ¡Don Juan! ¡y de día! ¡y acaso por la puerta principal! ; , señora. ¡Qué imprudencia! Nadie ha podido verle.

Misia Casilda se acercó, dando vueltas en su imaginación a esta idea: ¿Será cierto la marcha al Frigal? y si se van al Frigal, ¿será cierta la quiebra? El mal trago, pasarlo pronto: la señora entró, y sufriendo los codazos de los mozos mal olientes, a la verdad, subió la escalera sucia de polvo, deteniéndose, para dar paso a un mueble que bajaban o a un changador, que subía.

¡Casilda! Señora. Si viene el duque de Lerma, que estoy mala. Muy bien. Si se empeña en entrar, que el médico ha dicho que no puede hablárseme. Muy bien; ¿y si viene el señor Juan Montiño? Viene á su casa. ¡Ah! me olvidaba: pon una cama en el gabinete de tapicería. Muy bien. Y cuanto se necesite; un aposento bien servido. Muy bien. ¿No os desnudáis? No... mira... si viene el tío Manolillo...

Su amor por D. Luis, tan silencioso y tan reconcentrado, se ocultó a las miradas investigadoras de doña Casilda, de Currito y de todos los personajes del lugar que en las cartas de don Luis se nombran. Menos podía saberlo el vulgo.

Esta eligió un magnífico traje de brocado, alto, cerrado como los de las damas de la corte y cubierto sobre el pecho de joyas, se llenó las manos de anillos y derramó sobre agua de olor. Vete, y que Pedro ponga la litera dijo cuando estuvo vestida. Casilda salió, y Dorotea entró de nuevo en la alcoba, y levantó la cortina.

Volviéndose a su hermana, más atenta a sus manos que a su discurso, exclamó: ¿Quién diría que un Vargas, Casilda...? No concluyó la frase, pero sobrada elocuencia tenía el movimiento melancólico de su cabeza. Cuando se ha tenido y ya no se tiene, el pan negro se hace más amargo y el blanco más deseado, y los Vargas lo habían comido sobre manteles de holanda...

No, no, Casilda exclamó con desesperación, todo menos eso, todo menos eso... Es cierto que no pediríamos sino una parte mínima de lo que nos corresponde, y no en calidad de donativo, sino en calidad de préstamo, pero siempre sería pedir un servicio, un favor, a ellos, los Esteven. ¿Y si no te reciben, desgraciada? ¿y si no te lo hacen ese favor que vas a pedirles poco menos que de rodillas, porque no quieren, o porque no pueden, arruinados como dicen que están? ¡Sería una humillación vergonzosa y estéril!

Misia Casilda, conmovida, besó a Susana con placer inefable; no se cansaba de mirarla y de oírla, tan bella y tan discreta, la santita de la casa, como sabía que la llamaban: era digna, , de ser amada, y el pobre Quilito no exageraba cuando hacía su entusiasta panegírico... Ya la niña se había levantado y hablaba gozosa, de ir a llamar a su madre.

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