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Actualizado: 12 de julio de 2025
En el viaje al Pozo de la Solana fui en la misma cabalgadura. Mi padre, el escribano, el boticario y mi primo Currito, iban en buenos caballos. Mi tía doña Casilda, que pesa más de diez arrobas, en una enorme y poderosa burra con sus jamugas. El señor vicario en una mula mansa y serena como la mía.
Así es, que se iban a la estancia, a reponerse; lo que no le daba vergüenza confesar, porque no era ella la única... Si es la peste que tenemos encima apoyó misia Casilda, no sé nosotros lo que haremos, sin estancia dónde refugiarnos... pero felizmente, hasta ahora no nos podemos quejar.
¿Y qué me importa ese hombre? ayer acaso... hoy... hoy quien me importa sois vos... no sé por qué... pero me habéis empeñado... y nos veremos, caballero, nos veremos. Y tras estas palabras se dirigió á la puerta de sala. ¡Casilda! gritó ¡Casilda! mi manto de terciopelo; que ponga Pedro la litera al momento.
Había que recurrir al ardid, a la mentira, y todos tres, hasta la bondadosa, la tierna y la delicada Casilda, engañaban al viejo a las mil maravillas.
Cuando la india se marchó, don Pablo Aquiles, más muerto que vivo, se acercó a la luz, y trató de descifrar lo que había escrito, pero no podía, no podía... Casilda, ven, ven... La entregó el misterioso rótulo, y se sentó en el borde de la cama, embobado, mirando en silencio a la hermana.
Señora no estando dijo Pampa cerrándole el paso y esgrimiendo el doméstico cetro. ¿Y el patrón? En el Ministerio. ¿Y el niño? En la Bolsa. ¡Esperaré! Déjale pasar dijo misia Casilda desde adentro. El atorrante entró en el comedor; iba menos rotoso y sucio que de costumbre, porque para esta visita hacíase esmerada toilette, en lo que cabe.
¡Qué se ha de ir observaba misia Casilda pasando revista a la mesa, que tendía Pampa; ya verás, Pablo, como no se va! Si no se arma la de Dios es Cristo, esto seguirá hasta el día del juicio. Claro, les dejan hacer lo que quieren... Y se armará, Casilda, se armará.
Nada respondió misia Casilda. ¿Y tú? Nada contestó él sombríamente. Entraron en el comedor y se sentaron: la lámpara brillaba en medio de la mesa, tendida ya con la prolijidad de siempre.
Volvió al comedor; eran las siete, las siete y cuarto, las siete y media; no, a Quilito le había ocurrido algo. Tan asustada estaba misia Casilda, que el mismo don Pablo se alarmó. Te has empeñado en que tiene, por fuerza, que suceder algo... ¡qué mujeres! llamaremos a Pampa.
Pero, así que misia Casilda se levantó, en medio de un silencio más largo que los otros intervalos de la conversación desganada, que habían sostenido con la punta de los labios, Susana se abrazó a ella, suplicándola no se marchara todavía. Aquí estoy molestando, hijita, estáis muy ocupadas... La de Esteven, de pie, no decía nada.
Palabra del Dia
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