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Actualizado: 12 de julio de 2025
El elemento religioso aparece más claro en una obra dramática de Tirso, en la cual se desenvuelve la historia de Santa Casilda, leyenda española muy bella , arreglada para el teatro; titúlase Los lagos de San Vicente.
Y esto lo olvidamos hoy, Casilda, yendo a prosternarnos ante ellos, los Esteven.
Vísteme dijo á Casilda : tráeme ropa blanca; me he puesto perdida. ¿Y le dejáis así? dijo Casilda señalando á la alcoba. Habla bajo, que no despierte; se conoce que ha pasado mala noche. Pero señora... Mira, Casilda, ese caballero es tu amo y el mío dijo Dorotea. La negra se calló y vistió á su señora.
Pero, ¿no te mueves? exclamó misia Casilda, corre, vuela a la policía, no pierdas tiempo. Le arrastró, y dando traspiés, como ebrios, salieron los dos, bajaron la escalerilla atropelladamente. ¡Quilito! ¡Quilito! clamaba la señora.
Aquí misia Casilda dejó de mirar sus manos, y se puso pálida, muy pálida. Y ¿qué hiciste? preguntó ansiosa; cruzarías la calle, sin mirarlas. Me quedé plantado contestó don Pablo Aquiles. La señora protestó. Siempre había de ser el mismo.
Sabéis demasiado: peor para vosotros si no queréis declarar, porque todavía sería tiempo de impedir un gran crimen. Quevedo, sin saberlo, decía la verdad. Los criados de Dorotea se aterraron. Yo sólo sé que la señora estaba llorosa, que no ha comido, y que antes de obscurecer se ha vestido como una diosa dijo Casilda.
Casilda fue excelente recadera, y, según andaba por todos los barrios, tomaba lenguas y destapaba secretos, aunque no lo buscase.
Explícate, Casilda, explícate dijo ansiosamente. ¿Estás tú loca o estoy yo idiota? Y misia Casilda habló, con esa incoherencia de las grandes emociones.
Ni siquiera tuve el consuelo de hablar con el padre vicario, cuya conversación me es tan grata, ni de encerrarme dentro de mí mismo y fantasear y soñar, ni de admirar a mis solas la belleza del terreno que recorríamos. Doña Casilda es de una locuacidad abominable, y tuvimos que oírla.
Es necesario que le digáis, que le hagáis creer que nada os importa ya don Juan. Os comprendo, os comprendo, descuidad. En aquel momento sonó el ruido de una carroza y Casilda entró azorada. ¡El duque de Lerma! exclamó. El duque... lleváos al momento esta mesa... y vos... vos don Francisco, escondéos aquí. ¡Cómo! ¿en vuestro dormitorio? Sí, sí, desde ahí podréis oír y ver.
Palabra del Dia
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