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Actualizado: 12 de octubre de 2025


Pilar murió un mes más tarde; su vida se apagó dulcemente en brazos de Pablo y de Casilda, después de besar al pequeño Aquiles, o Quilito, como ella le decía.

Tengo para que si Susana fijó sus hermosos ojos en su primo, fué de tanto oír echar pestes contra ese perdido, ese pillo, ese indecente de Quilito. ¿Qué había hecho el infeliz? Susana no lo sabía; nunca consiguió saberlo. Su bondadoso corazón sufría de verle tratar así, y de escuchar todas las picardías que la madre y el padre, rencorosos, decían de la tía Casilda y del tío Pablo Aquiles.

Hay que salir de aquí gritó Bernardino, como un energúmeno. Ya debía haberlo usted hecho contestó Casilda. Gregoria, demudada, metiendo las manos por los ojos de la hermana, exclamó: ¡Nos iremos, , y no hemos de vernos jamás, jamás y jamás!

Mira, cuando pienso en lo que ha venido a parar nuestro orgullo, todos los nervios me vibran, y pacífico como soy, no , siento ansias de atropellarlo todo o de romperme la cabeza contra esa pared. ¡Señor! yo he trabajado honradamente toda mi vida; no he distraído jamás un centavo de mi humilde paga, ¡ puedes decirlo, Casilda! todo para la casa, todo para el niño de la casa: que se eduque bien, que se vista bien, que viva, que goce... mañana, hombre de provecho, me resarcirá de mis desvelos, y esa fortuna que su padre ha perdido, por desgracia y por inepcia, lo confieso, él sabrá reconquistarla por medio de la labor honesta... en lugar de esto, ¿qué sucede, Casilda? que no contento con el sacrificio que le hemos hecho, de dedicar nuestra vida al cuidado de la suya, de ahogar nuestros deseos más humildes para dar expansión a los suyos, y de haber comprometido nuestra posición modestísima, quiere ahora tomar nuestra dignidad, lo único que nos queda, lo único que nos ha dejado... ¡No, esto no será, porque yo no quiero que sea! ¿debe? que pague; ¿no puede pagar? ¡que reviente!

Yo creí que sería el duque de Uceda, y mandé á Casilda que abriese. Poco después abajo un altercado: era Casilda que disputaba con un hombre que á todo trance quería entrar, que decía tenerme que decir cosas graves, y que al fin dijo era el cocinero mayor del rey.

Cuando aparecieron en la ruinosa fachada de la casa paterna los cartelones anunciando, en letra muy gorda, la subasta, Pablo Aquiles y Casilda comprendieron que había que marcharse; buscaron una casa pequeña y modesta, recogieron lo poco que quiso dejarles Gregoria, y salieron ambos del hogar de sus padres, como tristes desterrados. La visita de Bernardino Esteven es digna de ser contada.

Y se sentaba en el umbral de la puerta del comedor, viendo barrer el patio a la india, admirando la limpieza y el orden que allí reinaban, mucho más agradables que el lujo y la farsa de Esteven; el pequeño jardín daba gloria verle, tan verdecito y tan cuidado. ¡Hola! ya estás aquí decía en esto la voz simpática de misia Casilda.

Caminaba muy despacio. Así llegó a la casa de Esteven y el mismo espectáculo que sorprendió a misia Casilda, le chocó a él igualmente.

Misia Casilda pasó a su cuarto, impotente ya para seguir fingiendo, y echada en el reclinatorio, delante del nicho desierto, lloró largo rato...

Desde donde veas y oigas. ¡Casilda, mi manto y mi litera! gritó la Dorotea poniéndose violentamente de pie. ¡Oh Dios mío! ¡Dios mío! murmuró para el bufón ¡si al menos ella no fuera tan desgraciada! ¡Si ya que de tal modo ama á ese hombre, él la amase!...

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