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Actualizado: 22 de junio de 2025


El P. Irene buscaba al bromista y vió al P. Salví, que estaba sentado á la derecha de la condesa, ponerse pálido como su servilleta mientras con los ojos desencajados contemplaba las misteriosas palabras. ¡La escena de la esfinge se le presentó en la memoria! ¿Qué hay, P. Salví? preguntó; ¿está usted reconociendo la firma de su amigo?

En el primer encuentro le rasgaron la ropilla al emperador; en el segundo le hicieron sangre, y la emperatriz, que estaba en los tablados, llamó muy asustada a su esposo, rogándole que reservase su lanza para gentes menos rudas que los caballeros jerezanos. El carácter bromista del marqués gozaba de tanta fama como su fuerza.

Pero nunca faltan gentes mal pensadas y lenguas viperinas: además ¿no conocía todo Madrid a Julián? Y conociéndole, ¿qué mujer juiciosa sería capaz de prestarle oídos? Su carácter alegre, su genio bromista, su conversación libre, y sobre todo el franco desprecio que hacía de las mujeres dibujaban con rasgos tan claros su personalidad, que ninguna verdadera señora podía considerarle peligroso.

Excusamos decir la algazara que con tal motivo se promovió en la elegante sala del Español. El señor Azorín y el individuo bromista tuvieron que abandonar el teatro entre las protestas de los espectadores.» Y Azorín, que le ha leído a Sarrió este suelto, ha dicho tristemente: Esta es, querido Sarrió, la manera que tienen los hombres de escribir sus historias.

Vamos, no sea usted bromista... Mi brazo es como otro brazo cualquiera... Lo que hay es que ya voy sintiendo frío en él... ¡Caramba con el agua! ¡Parecía tan templadita al principio!... ¡Y cómo se va enfriando poco a poco hasta que se le mete a una por los huesos!... Sáquelo usted, sáquelo usted... Vamos a secarlo.

Normalmente, y sobre todo en época de creciente, derivan vigas escapadas de los obrajes, bien que se desprendan de una jangada en formación, bien que un peón bromista corte de un machetazo la soga que las retiene.

Las señoritas solían presenciar con risita despreciativa aquel baile que imitaba toscamente los suyos, doliéndose en su interior de que jóvenes tan finos se abrazasen «a aquellas tarascas». Sin embargo, cuando alguno las invitaba, después de resistirse un poco, reir a carcajadas, ruborizarse y hacer buena porción de monerías para atestiguar que sólo se rebajaban a aquello por pura condescendencia, solían agarrarse firme al brazo de su bromista amigo y tardaban en soltarlo.

Me negaré redondamente dijo. , , usted dice eso, señorita; pero ¿qué significa esa guitarra, que se oye hace ya varias noches bajo sus ventanas? ¡Vaya! ¿Vaya? ¿Y ese español de capa y botas amarillas, que se ve rondar por los alrededores y que suspira sin cesar?... Es usted un bromista dijo la señorita de Porhoet, abriendo tranquilamente su caja de rapé.

Alguna vez, retozando, la admiración y el deseo que rebosaban del alma habían salido a los ojos; se detenía, quedaba inerte; la contemplaba con mirada húmeda y anhelante, y estaba a punto de flaquear y rendirse a pedirle humildemente un beso de su fresca boca; mas al instante, el temor muy fundado de asustarla y perder su confianza le obligaba a seguir representando el papel de joven aturdido y bromista.

Al volver a sentarse me dijo que no sabría descifrar el enigma planteado con mi contestación. «Quizá» le contesté «fuera indiscreto aclararlo sin su permiso.» «¿Y necesita usted de mi autorización para hablar?», me preguntó riéndose. «No se ría usted» le dije, «porque acaso hubiéramos de hablar de cosas serias... muy serias». «Vea, usted... señor... a me interesan siempre las cosas serias... a pesar de ser una muchacha como cualquiera... Cuando vienen ciertas personas a visitar a tata y hablan de «cosas serias», yo me entretengo mucho más que con las conversaciones de mis amigas... ¿qué raro, eh?» «En un espíritu selecto como el de usted» le respondí, «eso se explica; pero, desgraciadamente, mi conversación no tendrá aquel carácter, y permítame que insista en pedirle su permiso para hablarle de las «cosas serias» a que me he referido.» ¿Y quieren creer ustedes lo que me dijo?... Pues me preguntó con una ingenuidad insuperable: «¿Usted va a comer con nosotrosYo me quedé como aturdido y sólo atiné a decirle: «Creo que usted no está segura de que su señor padre venga a comer...» «Por eso le pregunto» me contestó, «para mandarlo buscar.» «Pues bien», le dije, en una forma que no pude reprimir, «de usted depende que acepte su inestimable invitación o que me retire inmediatamente, y acaso para siempre». Yo había visto a la Pampita sonriente, amable, bromista, seria, sin perder el gesto de suprema bondad que la distingue: ¿te acuerdas, Lorenzo?

Palabra del Dia

rigoleto

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