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Actualizado: 12 de junio de 2025
Luego había sorprendido varias veces los gemelos de ella fijos con insistencia en su persona, buscándolo en su retiro entre barreras. ¡Aquella gachí!... Tal vez se sentía atraída de nuevo por los mozos de corazón. Gallardo pensaba visitarla al día siguiente, por si había cambiado el viento. Sonó la señal para matar, y el espada, luego de un corto brindis, marchó hacia el toro.
Todo el mundo les dejaba alborotar; era el momento de la desbandada; se habían pronunciado brindis y contado anécdotas con mayor o menor donaire; pero ya nadie tenía ánimos para sostener la conversación, y el Sobrado tío, que era grueso y abotargado, se abanicaba con la servilleta. Levantó la sesión el ama de casa, doña Dolores, diciendo que el café estaba prevenido en la sala de recibir.
Y yo me felicito, repito, de encontrarme entre los elegidos de los dioses, aquellos que su providencia ha marcado con el sello de la felicidad.... Oye, chica dijo Pepa Frías acercando su boca al oído de Clementina: esto parece el brindis de Mefistófeles. Clementina sonrió ligeramente.
El fin de la comida, amenizado por variados brindis, pareció mortalmente largo á la dueña de la casa; y como el joven Héctor Bobart, que estaba un poco achispado con el Champagne, anunció que en su condición de testigo reclamaba la liga de la desposada, Clementina, con una mirada fulminante, levantó la sesión y condujo á sus convidados al salón mientras se quitaba la mesa para transformar el sitio del banquete en salón de baile.
"Voy a ver a mamá se dijo, . La pobre hace ya días que no pasa un rato conmigo." Y emprendió la marcha hacia el paseo de Luchana. Se puso de un humor excelente. Un piano mecánico tocaba el brindis de Lucrecia por allí cerca y se paró a escucharlo, ¡ella que se aburría en el Real oyéndolo a las más famosas contraltos!
Gracias, Antonio, y de salud te sirva respondió la tabernera, que había oído el brindis. Vive mil años, chiquita, que si tú cierras los ojos se queda Cádiz á oscuras. ¡El equinocio, hija! exclamó María-Manuela sin poder reprimir un movimiento de celos. Soleá, no cierres los ojos para que este borracho pueda llegar á casa. ¿Tienes celos, María? preguntó la tabernera.
El sargento le conocía, y a pesar de que momentos antes había dado de culatazos a todos los que pasaban por la calle con trazas de jornalero, toleraba resignado los brindis del señorito. ¡Adelante, don Luis! decía con tono de ruego. Váyase usted a casa: esta noche no es de alegrías. Bueno... me voy, respetable veterano. Pero antes me bebo otra copa... y otra, tantas como son ustedes.
Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.
Quiso erguirse altanero y tremendo; pero vencido de la emoción, sintió que flaqueaba todo el edificio de su cuerpo, y lanzando a su cruel señora una mirada lánguida de bestia moribunda, entre súplica y reproche, dejose caer, abatido y lacio, en aquel mismo sillón donde antes los dos solían sentarse para que él la estrechase entre los avarientos brazos, mientras ella, vestida de gran señora y copa en mano, entonaba un vals callejero convertido en brindis orgiástico... El recuerdo de aquellos momentos fue como visión rapidísima que le llenó de amargura el alma.
Consultó con los candorosos ojos a su amada si haría bien o mal en brindar; la Gorgheggi aprobó el brindis con un apretón de manos subrepticio, y el flautista frustrado se levantó entre aplausos. Preso por uno, preso por ciento, y uno... eso es.... Nadie me toque a la vida privada. ¡Ahí le duele!... La vida privada de la vida ajena es un sagrado, arca santa, arca sanctorum....
Palabra del Dia
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