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Volvió a la calle porque la voz se le mudaba, que era para el caso como perderla; y con la edad de comenzar las pasiones a abrir sus yemas, coincidió la mayor pobreza de su vida, por lo que no fue extraño, o a él no se lo pareció, que por aquellos días sus expedientes para procurarse el sustento y lo demás que necesita un mozo suelto y sin escrúpulos, fuesen del todo incompatibles con los rigores de la ley civil y criminal; sin que esto quisiera decir que llegase a robar, al menos con violencia; sino que, recordando tradiciones familiares, inventó industrias alegres y vistosas, como juegos de feria, con moderada trampa, inocentes chascos, justo castigo de tontos avarientos y confiados necios, en que el provecho que a él, a Mingo, le quedaba entre las uñas, era apenas la necesaria retribución de su trabajo, que hubiera sido exigua cotejada con el riesgo y con el primor y gracia de las trazas inventadas.

Además, ¿cómo olvidar lo que ha hecho y hace diariamente por descepar del mundo la herejía? ¡Y aún hay descontentos en España! ¡Aún quedan malos vasallos que buscan el modo de trabar el paso a este príncipe ungido por el Señor! ¿Si pensarán los muy bellacos y avarientos que tanta grandeza no merece el nombre de tal si se les toma a ellos una hilacha tan sólo del capotillo?...

¿Cómo era? ¡Quién lo supo mejor que Keleffy! La miró, la miró con ojos desesperados y avarientos. Era como una copa de nácar, en quien nadie hubiese aun puesto los labios. Tenía esa hermosura de la aurora, que arroba y ennoblece. Una palma de luz era. Keleffy no la hablaba, sino la veía. La niña, cuando se sentó al lado de la directora, casi rompió en lágrimas.

I termina el breve con decir que los inquisidores Morillo i San Martin eran merecedores de un notable castigo i de la pérdida de sus oficios, i que solo por respeto á la autoridad de los Reyes Católicos, no tomaba las providencias necesarias á satisfacer á los muchos agraviados del proceder de tan avarientos i malos jueces.

Los que eran generosos como Tavera levantaban palacios y protegían al Greco, a Berruguete y otros artistas, creando en Toledo un Renacimiento, eco del de Italia; los avarientos como Quiroga reducían los gastos de la fastuosa iglesia para convertirse en prestamistas de los reyes, dando millones de ducados a aquellos monarcas austriacos en cuyos inmensos dominios no se ponía el sol, pero que se veían obligados a mendigar apenas retrasaban su viaje los galeones de América.

Quiso erguirse altanero y tremendo; pero vencido de la emoción, sintió que flaqueaba todo el edificio de su cuerpo, y lanzando a su cruel señora una mirada lánguida de bestia moribunda, entre súplica y reproche, dejose caer, abatido y lacio, en aquel mismo sillón donde antes los dos solían sentarse para que él la estrechase entre los avarientos brazos, mientras ella, vestida de gran señora y copa en mano, entonaba un vals callejero convertido en brindis orgiástico... El recuerdo de aquellos momentos fue como visión rapidísima que le llenó de amargura el alma.