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Actualizado: 30 de junio de 2025
La fuente termal que constantemente brota en medio de la caverna defendía a las dos hermanas de los rigores del frío del invierno, y el leñador Daniel Horn, de Tiefenbach, había tenido la caridad de cerrar la entrada de la cueva con grandes montones de brezos y retamas. Al lado del caliente manantial se encuentra otro de agua fría como la nieve y límpida como el cristal.
En la pendiente opuesta al camino, interrumpido por este espacio, cuarenta y cinco encinas seculares, olvidadas por los leñadores, forman un grupo sin orden y a bastante distancia una de otra, cerca de la torrentera. Los brezos de color rosado, violeta y blancos, tapizan con un tejido tan aterciopelado y variado como la lana de Esmirna los espacios que hay entre las matas.
Mirad las hojas secas corriendo por el suelo. Entre gemidos, por el valle las arrastra el viento. La golondrina roza sus alas por el quieto pantano. El niño de la cabaña, va cogiendo leña entre los brezos. Ya no susurran las olas, que su encanto dieron al bosque. Enmudeció el pajarillo entre las ramas secas. ¡Junto a la aurora, el ocaso! El sol, que apenas despunta, brilla pálido un momento al concluir su carrera. El carnero por las zarzas va dejando su hermoso vellón de lana que servirá de nido al jilguero. La flauta pastoril ha enmudecido; desapareció su eco; cesó también el encanto de amor y de ventura. La hoz cruel ya despojó la tierra de aquel verdor que le prestara vida... Así acaban los años, así van feneciendo los días de nuestra vida.
Aun me parece ver todos los sitios por donde pasamos: el conejar cuajado de brezos, lleno de madrigueras junto a los árboles amarillentos, con esa gran cortina de robledales donde creía ver escondida la muerte por doquiera, y la verde sendita por donde mi madre la Perdiz había paseado tantas veces su pollada bajo el sol de mayo, donde picoteábamos, saltando, las hormigas rojas que subían por nuestras patas, donde encontrábamos faisanitos cebados, gordos como pollastres, y que se negaban a jugar con nosotros.
En torno había, como hay aún, fértiles huertas y frondosos y siempre verdes bosques de naranjos y limoneros; pero los cerros que limitaban aquel valle amenísimo, en vez de estar pelados, como ahora, estaban cubiertos de encinas, alcornoques, algarrobos, castaños y otros árboles, entre cuyos troncos y a cuya sombra crecían brezos, helechos, tomillo, mejorana, mastranzo y otras plantas y hierbas olorosas.
La víspera, las estribaciones de los montes y los pastos alpestres estaban completamente libres de escarcha; bien se distinguía el color pardo ó amarillento en las desnudas rocas, del verde en bosques y prados y del rojo en los brezos. Por la mañana, al despertar, el blanco manto nevado ha cubierto hasta los promontorios salientes.
Media hora después, cuando las tinieblas se hicieron muy profundas y el frío llegó a ser excesivo, la bruja encendió una hoguera con ramas de brezos, que proyectó sus pálidos reflejos en los macizos de piedra rojiza, hasta el fondo del antro, donde dormía Catalina con los pies metidos en la paja y las rodillas cerca de la barba. Fuera había cesado el ruido.
Nunca se vio una noche más hermosa; innumerables estrellas brillaban en el cielo azul obscuro; en la parte baja de la ladera, donde se había enterrado a tantos héroes, los brezos se estremecían movidos por el viento. Todos se sentían felices y enternecidos.
Después la joven vio una docena de cosacos que trepaban por la pendiente opuesta, entre los brezos, como si fuesen liebres, y más abajo, en un claro, a Yégof que atravesaba el valle, a la luz de la Luna, como un pájaro azorado.
Juan Claudio alejose rápidamente por la cuesta de los brezos, y la labradora, después de contemplar durante un segundo, cerró la puerta. Fácilmente se podrá imaginar la alegría de Luisa cuando supo que Gaspar se hallaba sano y salvo. La pobre joven no vivía desde hacía dos meses. Hullin tuvo buen cuidado de no mostrarle la negra nube que asomaba por el horizonte.
Palabra del Dia
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