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Actualizado: 20 de junio de 2025


Miróme y dijo: "Irá vuestra merced, señor licenciado, en ese borrico con harto más descanso que yo con todo aparato." Yo, que entendí que lo decía por coche y criados que dejaba atrás, dije: "En verdad, señor, que lo tengo por más apacible caminar que el del coche; porque aunque vuestra merced vendrá en el que trae detrás con regalo aquellos vuelcos que da inquietan."

¡Tiña, que yo me entiendo! ¿Por qué no quiso él que se entregara el dinero á un comerciante del Muelle cuando en el otro Cabildo se lo dijieron? Porque nos bastamos nusotros pa correr con ello sin ayuda de naide. Por lo que se pega, borrico. Que son malos quereres, tío Tremontorio.

Protegido por sus sombras salí á todo escape, y, á la luz de las estrellas, divisé mi borrico, que comía allí tranquilamente, atado á una encina. Montéme en él, y no he parado hasta llegar aquí... Por consiguiente, señor, déme V. los mil reales, y yo daré las señas de Parrón, el cual se ha quedado con mis tres duros y medio.

Sabed que haríais morir de envidia a muchos obispos. ¿Eso dijo? Cabal. Paciencia, Martín. Ramiro meneó la cabeza con un gesto de enfado. Pasó un monje franciscano montado en un borrico ceniciento. Santa leticia brillaba en su rostro. Su desnuda pierna vellosa asomaba por debajo del sayal. Castigaba a su caballería con un gajo de bardaguera.

No siempre había de ser el verdugo el que azotase á los reos, y por eso en cierta ocasión fué el propio verdugo el que salió á la vergüenza pública montado en el borrico y sufriendo sobre sus espaldas los golpes de la penca.

El las conocía todas; iba a ellas montado en un borrico, con las tijeras en la faja. En las Cambroneras no quedaban mas que su vieja y algunas otras mujeres que eran viudas. Hasta las gitanas de prole más numerosa emprendían la marcha detrás de la recua, seguidas de todos sus chiquillos.

Yo estuve algún tiempo sin tener noticias suyas; y como se dice vulgarmente que la esperanza era verde y se la comió un borrico, ya iba creyendo que la misma desgracia había acontecido a mi verde Erín, cuando me escribió contándome lo ocurrido.

Por eso ahora, contemplando a Gonzalo, se relamía de gozo, se estremecía de anhelo, como el tigre que divisa la presa. Aprovechando un instante en que nadie hablaba con él, se fué hacia él muy quedo y por detrás. Y poniéndose repentinamente delante, escupió más que dijo estas palabras: Gonzalo, ¿cómo eres tan borrico? Estás siendo la burla y la risa de todo el mundo.

"¿Es vuestra merced acaso?" le dije yo . Y él me respondió: "¿Pues qué otro? ¿No ve la mella que tengo en los dientes? No tratemos de esto, que parece mal alabarse el hombre." Yendo en estas razones, topamos en un borrico un ermitaño con una barba tan larga, que hacía lodos con ella, macilento y vestido de paño pardo.

Todos los rostros se vuelven airados a la cazuela. Oyense las voces de: ¿Quién es ese borrico? ¡A la cárcel! ¡Fuera ese cerdo! El presidente pregunta con terrible severidad: ¿Estamos en un pueblo culto o entre hotentotes? Esta pregunta así formulada, produce honda impresión en el público. Suárez, un poco pálido y con voz alterada, dice al fin: Si la Asamblea lo desea, estoy dispuesto a sentarme.

Palabra del Dia

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