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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Así me llamabais cuando erais muy niña, cuando estábamos solas en el mundo las dos, cuando os desnudaba de noche en New-York en nuestro pobre cuartito, y os tenía en mis brazos antes de poneros en la cuna, cantando para haceros dormir. Y desde entonces, Bettina, no he deseado más que una sola cosa en el mundo: vuestra felicidad. Por eso os pido que reflexionéis bien.
Quiere estar sola, completamente sola, y dirigiéndose a uno de los criados: Id a decir a la señora que yo estaba fatigada, y he subido a mi cuarto. Annie, su camarera, dormitaba en un sillón. Despidiola, pues ella misma quería desvestirse. Dejose caer en un diván experimentando un delicioso cansancio. La puerta del cuarto se abre; es madama Scott. ¿Estáis enferma, Bettina? ¡Ah!
Ya lo veis, señor cura... porque nosotras también hemos conocido días crueles, porque Bettina recuerda haber puesto la mesa en nuestro pequeño comedor de un quinto piso en New-York, nos encontraréis siempre prontas a socorrer a los que están, como estuvimos nosotras, en presencia de las dificultades y los dolores de la vida... Y ahora, señor Juan, ¿queréis perdonarme mi largo discurso y ofrecerme un poco de esa crema que parece excelente?
Una idea extravagante cruzó por la cabeza de Bettina, inclinose sobre la portezuela y exclamó, acompañando sus palabras con un pequeño saludo con la mano: ¡Adiós, mis pretendientes, adiós! Luego se echó bruscamente para atrás, presa de un acceso de risa nerviosa. ¡Ah, Zuzie, Zuzie! ¿Qué hay? Un hombre con una bandera roja en la mano... me ha visto... ¡me ha oído!... ¡Y se ha quedado asombrado!...
Os lo acordamos respondió Richard, los dos os lo acordamos. Sabemos, Bettina, que nunca haréis nada que no sea noble y generoso. Procuraré hacerlo, al menos. Los niños vuelven corriendo. Han visto a Juan, que iba cubierto de polvo, y los saludó. Pero agrega Bella, no ha sido bueno con nosotros hoy, no se paró a hablarnos... siempre lo hace, y hoy no ha querido.
Zuzie dice Bettina, voy a recordaros hoy vuestra promesa. ¿Os acordáis de lo que pasó entre nosotras la noche de su partida? Convinimos en que si a su vuelta yo os decía: Zuzie, estoy segura de amarlo, vos me permitiríais dirigirme a él francamente y preguntarle si me quería por esposa. Sí, os lo prometí. ¿Pero estáis segura? Completamente segura.
Anunciaron la comida. El aya vino a buscar a los niños; madama Scott tomó el brazo del cura; Bettina el de Juan... Hasta el momento de la aparición de Bettina, Juan se había dicho: «¡La más linda es madama Scott!» Cuando vio la pequeña mano de Bettina deslizarse bajo su brazo, y cuando ella volvió su delicioso rostro hacia él, pensó: «¡La más linda es miss Percival!» Mas pronto volvió a caer en su indecisión cuando se halló sentado entre las dos hermanas.
Uno de los directores del ministerio de la Guerra se interesa por él, y procurará hacerse enviar a otro regimiento. Juan ha reflexionado mucho sobre esto en Cercottes, y el resultado de sus reflexiones es el siguiente: él no puede, no debe ser el marido de Bettina. Los hombres echan pie a tierra en el patio del cuartel, mientras Juan se despide de su coronel y sus camaradas.
Bettina, hemos olvidado en el carruaje nuestras carteras, y las necesitaremos. Voy a buscarlas. Y como miss Percival se preparara a ir por ellas, Juan le dijo: Permitidme, señorita, que os las traiga. Siento, señor, molestaros... El sirviente os las entregará. Están en el asiento de adelante.
Llegaban a esta puerta, cuando Bettina dijo a Juan, de repente: ¡Ah, señor! hace tres horas que tengo una pregunta que haceros. Esta mañana, de llegada, encontramos en el camino a un joven alto, delgado, de bigotes rubios; montaba un caballo negro y nos saludó al pasar. Es Pablo de Lavardens, un amigo mío.
Palabra del Dia
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