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Actualizado: 5 de octubre de 2025
El viento y la lluvia continúan. Necesítanse cinco o seis minutos para llegar al terrado que da a la calle. Bettina se lanza valientemente adelante, con la cabeza baja, oculta debajo de su inmenso paraguas.
Señor cura, voy a decir algo horriblemente indiscreto... Pero veo la mesa puesta y... ¿No podríais invitarnos a comer? ¡Bettina! dijo madama Scott. Dejadme, Zuzie, dejadme en paz... ¿No es verdad que queréis, señor cura? Pero el anciano cura no encontraba nada que responder.
No, no todo lo demás, se me olvidaban los cuatro poneys, cuatro joyas, negros como tinta, con manchas blancas los cuatro en las cuatro patas; no tendríamos valor para separarnos de ellos. ¡Los atamos a un canasto y quedan preciosos! Bettina y yo los manejamos muy bien a los cuatro. ¿Puede una señora manejar, sin gran escándalo, por la mañana temprano, en el Bosque? Aquí se hace.
Los dos dirigieron sus anteojos sobre Bettina. Está deslumbrador esta noche, el lingote de oro continuó Martillet. Mira, pues, la línea del cuello... los hombros... tan joven y ya tan mujer. Sí, está preciosa, y alegre también, mira... ¡Quince millones, según parece, quince millones de ella sola, y la mina de plata que continúan explotando!
No hacía tres cuartos de hora que en el jardín del cura la joven americana y el joven oficial, se habían dirigido la palabra por primera vez, y los dos se sentían alegres, tenían plena confianza mutua, casi como camaradas. Os decía, señor cura continuó Bettina, que ayer fue el santo de mi hermana, su cumpleaños.
Bettina besó con cariño a su hermana; luego quedose con la cabeza apoyada amorosamente sobre el hombro de Zuzie. Pero si estuvierais cansada de tenerme a vuestro lado, si tuvierais apuro de veros libre de mí, ¿sabéis lo que haría? Pondría en una canastilla el nombre de dos de estos señores, y tiraría a la suerte. Hay dos que, a decir verdad, no me serían absolutamente desagradables. ¿Cuáles son?
Hoy sabe que una etapa de artillería es una marcha de treinta a cuarenta kilómetros, con una hora de alto para almorzar. El abate Constantín se lo ha enseñado; pues durante las visitas que hacen juntos a los pobres, Bettina lo abruma a preguntas sobre las cosas militares y especialmente sobre el servicio de artillería. ¡Ocho o diez leguas bajo esta lluvia azotadora! ¡Pobre Juan!
Algunos días después de la representación de Aida, las dos hermanas habían tenido una larga conversación sobre la grave, la eterna cuestión del matrimonio. Madama Scott pronunció cierto nombre que provocó el rechazo más neto y más enérgico por parte de miss Percival. Y Zuzie, sonriendo, dijo a su hermana: Sin embargo, Bettina, te verás obligada a acabar por casarte.
Algunos minutos después, madama Scott, miss Percival, el cura y el oficial, tomaban asiento alrededor de la mesa del presbiterio; luego, con mucha rapidez, gracias a la sorpresa y originalidad del encuentro, gracias, sobre todo, al buen humor y alegría algo audaz de Bettina, la conversación tomaba el giro de la más franca y cordial familiaridad.
Miss Percival llegó a París el 15 de abril, y no habían transcurrido quince días, cuando empezaron a llover los pretendientes. En el curso de este primer año, Bettina se entretuvo en llevar la cuenta con exactitud; en este primer año, habría podido, si hubiera querido, casarse treinta y cuatro veces... ¡Y qué variedad de pretendientes!
Palabra del Dia
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