Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 8 de junio de 2025


Dos horas después vino una cartita con la autorización. La excursión se efectuaría, pues, al día siguiente, y los convidados partirían de la casa de los condes a las dos de la tarde. Invite usted de nuestra parte al amigo Villa. Dígale que es un ingrato... Hasta ahora no le he echado la vista encima me dijo al tiempo de despedirme.

Marquesa de Leiva, el cual ha reconocido a la señorita por hija suya, y ahora se apresura a legitimarla por autorización real para que entre en posesión del mayorazgo cuando Dios se sirva llamar a su seno a la Sra. Marquesa de Leiva. ¡Qué bien lo han compuesto todo! exclamé, sin poder contener mi asombro. ¿Cómo compuesto? Mi señora me ha participado esta mañana lo que acabo de decir. ¡Ah!

Observara usted que Inesita me llama en su carta «hermana». Sería por mi parte una deslealtad ocultar, a usted el significado de este sustantivo. Inesita está enamorada de mi cuñado Raúl y creo que ambos se han comprometido, sin más autorización que la de sus propios corazones. La familia de Inesita no lo sabe aún.

Me pedía autorización para traducir LA BARRACA, explicando la casualidad que le permitió conocer mi novela. Un día de fiesta había ido de Bayona á San Sebastián, y aburrido, mientras llegaba la hora de regresar á Francia, entró en una librería para adquirir un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un café.

Las antiguas amigas de la princesa Lubimoff dieron al hijo una noticia inesperada. Su madre pretendía casarse con un señor inglés y había escrito al zar solicitando su autorización. Esta noticia sólo impresionó á Miguel Fedor. Los tiempos de la extravagante Nadina estaban muy lejos. Sus actos no producían eco alguno. Otras princesas jóvenes la habían borrado con aventuras todavía más ruidosas.

El personaje estaba triste desde que el heredero de las glorias de su familia se había ido á la guerra, rompiendo la red protectora de recomendaciones en que le había envuelto. Una noche, comiendo en casa de Desnoyers, apuntó una idea que hizo estremecer á éste. «¿No le gustaría ver á su hijo?...» El senador estaba gestionando una autorización del Cuartel General para ir al frente.

Pero no estaban de acuerdo sobre si una inocente partida de Boston lastimaría el dolor general, y resolvieron enviar una diputación a la dueña de casa para pedirle su autorización. Había tanta vida y movimiento en casa de los Hellinger, que parecía que se celebrara allí una boda.

El señor Fermín creía que, tratándose de un hombre de tantos méritos, era innecesario solicitar la autorización del amo. Dupont, por su parte, respetaba el carácter probo y bondadoso del agitador, y su egoísmo de hombre de negocios le aconsejaba la benevolencia. ¡Quién sabe si aquellas gentes volverían a mandar el día menos pensado!...

M. L'Ambert le hizo saber, de un modo delicado, que echaba mucho de menos la vecindad de su ayuda de cámara, y el mismo Romagné solicitó autorización para alojarse en las buhardillas, adjudicándosele entonces un cuartucho que las freganchinas no habían querido nunca. «¡Dichosos los pueblos que no tienen historiaha dicho un sabio.

Al volver a sentarse me dijo que no sabría descifrar el enigma planteado con mi contestación. «Quizá» le contesté «fuera indiscreto aclararlo sin su permiso.» «¿Y necesita usted de mi autorización para hablar?», me preguntó riéndose. «No se ría usted» le dije, «porque acaso hubiéramos de hablar de cosas serias... muy serias». «Vea, usted... señor... a me interesan siempre las cosas serias... a pesar de ser una muchacha como cualquiera... Cuando vienen ciertas personas a visitar a tata y hablan de «cosas serias», yo me entretengo mucho más que con las conversaciones de mis amigas... ¿qué raro, eh?» «En un espíritu selecto como el de usted» le respondí, «eso se explica; pero, desgraciadamente, mi conversación no tendrá aquel carácter, y permítame que insista en pedirle su permiso para hablarle de las «cosas serias» a que me he referido.» ¿Y quieren creer ustedes lo que me dijo?... Pues me preguntó con una ingenuidad insuperable: «¿Usted va a comer con nosotrosYo me quedé como aturdido y sólo atiné a decirle: «Creo que usted no está segura de que su señor padre venga a comer...» «Por eso le pregunto» me contestó, «para mandarlo buscar.» «Pues bien», le dije, en una forma que no pude reprimir, «de usted depende que acepte su inestimable invitación o que me retire inmediatamente, y acaso para siempre». Yo había visto a la Pampita sonriente, amable, bromista, seria, sin perder el gesto de suprema bondad que la distingue: ¿te acuerdas, Lorenzo?

Palabra del Dia

aconséjele

Otros Mirando