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Actualizado: 10 de junio de 2025


Los ojos de Juan brillan en las tinieblas, su respiración es ardiente; con una risa estrepitosa dice: No nos rodea de una aureola este bien inútil; estamos condenados en la tierra y en los cielos. Por lo tanto, aprovechemos al menos... Se interrumpe, prestando atención. ¡Calla!... He creído oír... en la pradera...

Negros los rostros y la frente roja, La mano herida y como sierra el sable Llevaba aquella hueste formidable, Fugitiva del campo del honor. Envueltos en banderas argentinas Conducian los restos de un soldado, Y brillaba en su cráneo descarnado La aureola que al mártir coronó.

En aquel momento todos los celajes del ocaso se rasgaban brotando luz de sus entrañas para formar una aureola a la Madre de Dios, que tenía en aquella cima su templo. La puesta del sol era una apoteosis. Las velas de las lanchas de Loreto, hundidas en la sombra del monte, allá abajo, parecían palomas que volaban sobre las aguas. Al fin llegó Ana a la hondonada de los pinos.

Asomaron a sus ojos lágrimas de recelo presente y lágrimas que le hacía derramar la visión lejana de la tragedia: el cadáver de Zumarán tendido en el suelo, el revólver en la mano y un redondel de sangre formando como una aureola a la cara lívida. El señor Molina se quedó perplejo.

El sol se levantaba por detrás de la torre de la iglesia y la coronaba con sus rayos como una pálida aureola; el aire estaba cargado de vapores húmedos y, a través de la niebla que nos envolvía, se nos hubiera podido tomar por sombras que erraban entre las sepulturas. Comprendí que era la hora de separarnos, besé tiernamente a Guillermo y abandoné el cementerio.

Se detuvo el carro, y poco a poco fue saliendo de la parte delantera otro viejo, incorporándose trabajosamente con las riendas en la mano. Parecía el Padre Eterno. Sus barbas amplias de plata se extendían sobre el pecho y formaban una aureola de blancos vellones en torno de sus mejillas sonrosadas. El labio superior, cuidadosamente afeitado, era lo más limpio de su rostro.

Así se presentó el nuevo licenciado en Sarrió con la aureola de gloria además que rodea a quien ha hecho sus primeras armas, y aun reñido batallas en la prensa periódica. Se había afiliado en el partido liberal más avanzado renegando así de su prosapia. Con esto, su padre estaba fuertemente desabrido. Si le dejó entrar en casa debióse a la intercesión de la madre.

Entonces es usted feliz, hijo mío. ¡, lo soy! exclamó el doctor cayendo de hinojos, porque poseyendo esa fe ciega puedo postrarme a sus pies y decirle: «Padre mío, nadie mejor que usted merece que rodee su cabeza la aureola de los santos, puesto que ha consagrado a curar a los enfermos y a socorrer a los pobres su existencia entera. Todas sus acciones son puras y benditas a los ojos de Dios.

La aureola del martirio vale más que entrar en un calabozo siendo un hombre y salir hecho un pingajo. Estoy muy enfermo, Esteban: mi sentencia de muerte es irrevocable. No tengo estómago, mis pulmones están deshechos, este cuerpo que ves es una máquina desvencijada que apenas si funciona, y cruje por todos lados como si las piezas fuesen a separarse y a caer cada una por su lado.

Cosas así pensaba, dando golpecitos con un cuchillo sobre una corteza de pan, mientras su madre narraba las cábalas de Glocester y las maquinaciones de los conjurados del Casino. En cuanto pudo el Magistral escapó de casa, prometiendo ir a sondear al Obispo. Tomó el camino de la Plaza Nueva. El caserón de la Rinconada le pareció envuelto en una aureola.

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