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Actualizado: 10 de junio de 2025
Volvió Morales á su patria con el orgullo y la aureola de un mártir político. El grande hombre del partido, que era ahora gobernador de la provincia, le estrechó la mano, honor que hizo llorar al mestizo. Te conozco, héroe; eres un superviviente de la noche inolvidable. Ya quedan pocos.... ¿Qué deseas obtener?... Morales era de fácil contentamiento. Quería, simplemente, entrar en la Policía.
La muchedumbre de enamoradas que había tenido en todas las clases sociales, formaban en torno de su cabeza una aureola de gloria.
Después de su ruidoso desafío, el esforzado Belinchón supo, aunque otra cosa afirmen algunos cronistas, gozar con modestia de la merecida fama y aureola que inmediatamente le circundaron. Quizá se fijen aquéllos para sustentar la opinión contraria, en haberse descubierto algunas provocaciones del insigne caballero a ciertos sujetos de la villa, no bastante justificadas.
Esta leyenda, que era casi una historia, era conocida de la señora de Maurescamp, y ella prestábale gustosa todo aquello que pudiese hacer más interesante el papel de la señora Hermany. Representábasela joven y bella, sumergida en aquella sociedad infame, de la que la veía salir indignada y sin mancha, y se gozaba en colocar sobre su frente la aureola de las jóvenes mártires del cristianismo.
Era, sí, ambiciosa y amiga del lujo y de las galas; y si bien no la atormentaban la envidia ni el despecho al ver a otras mujeres, menos bonitas y menos distinguidas por naturaleza, lucir joyas, sedas y encajes, ir en coche y circundarse de la resplandeciente aureola que ofrece el lujo a la hermosura, anhelaba gozar de todo esto, y no acertaba a ocultarlo a su marido.
El cura, que me daba todos estos informes, me decía: No conocí a mi virtuosa madre; pero tengo la ilusión de que debió parecerse a esta señora en el carácter, y de que si hubiera vivido habría tenido la misma serena y santa vejez que me hace ver en derredor de esa cabeza venerable una especie de aureola.
Sus rostros no eran gran cosa; hubieran resultado insignificantes a no ser por los ojos, unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosidad insolente algunas veces, lánguidos otras, y cercados por la ojera tenue y azul, aureola de pasión. La mayor, Conchita, veintitrés años, era la más parecida a su madre.
Cuando Florencia d'Arda vivía, no los había concebido: mientras había podido ver en su muerte la obra de un asesino; mientras se le aparecía rodeada de la aureola del martirio, ninguna sospecha había podido contaminarla; mientras se había visto amado por ella, la había correspondido con un amor puro y confiado. Pero de pronto descubría que su amor no había sido veraz.
El sol, como una inmensa urna de fuego, salia de entre las ondas, envuelto en una auréola de colores resplandecientes é inasibles á la vista, confundiéndose al mismo tiempo en el cielo y en el océano, de manera que las dos faces del horizonte, la de arriba y la de abajo, formaban una sola.
Y un ángel, una bellísima muñeca de nueve años, saltó del asiento del piano para caer en los brazos del niño, confundiéndose por un momento con sus besos, sus gritos, su risa, su alegría, sus almas inocentes y sus vidas inmaculadas, como se confundían los bucles de oro que rodeaban, como una aureola de rayos de sol, las preciosas cabezas de ambos. El niño se acordó al fin de sus premios.
Palabra del Dia
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