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Actualizado: 10 de junio de 2025
Beranger, sintetisando los principales rasgos de su carácter moral y de su apostolado intelectual, ha colocado sobre su cabeza inspirada la auréola fulgurante de la poesía, imitando el conocido capítulo del libro de Lamennais que tiene por epígrafe: «¿Á dónde vás, jóven soldado? Voy á combatir por mi creencia.»
Creo que hasta los muertos se levantaban para gritar «¡Viva el Emperador!», y cuando a la noche siguiente encendimos una gran hoguera en este mismo sitio donde ahora estamos, y vino él a situarse allí enfrente para recibir al Emperador de Austria, parecía un dios rodeado de aureola de fuego y teniendo al alcance de su mano los rayos con que destruía tronos y reyes, imperios y coronas.
La dulzura parecía una aureola de Anita. La salud había vuelto, purificada con cierta unción de idealidad, al cuerpo de arrogante transtiberina de aquel modelo de madona. Don Víctor Quintanar se había restituido a su amistad íntima con don Álvaro Mesía, en cuanto regresó este de Palomares, y al poco tiempo notó el Magistral que el converso se le rebelaba.
«...Así, hermanos míos continuó el predicador , uníos a mí para dar las gracias al Rey de los reyes por haber coronado al que todos lloramos con una aureola de su eternidad.» Amén respondieron los asistentes. Oye, Grano de Sal: ¿ves tú al capitán Kernok tocado con una aureola? dijo el maestro Durand.
Era pupilo de una vieja cuyo marido había muerto trabajando en los altos hornos, y su hospedaje servía para mantener á la viuda. En torno de él había fabricado el afecto de los humildes una aureola de bondad. Una gran parte de su sueldo la enviaba á su madre y sus hermanas, que residían en la ciudad de Levante donde él había nacido.
Si la muerte de sor Teresa fue un golpe que hizo temblar al Provisor en aquel alto asiento en que se le figuraban sus enemigos, y si pudo por algún tiempo dejar en la sombra al pobre don Santos Barinaga, al cabo de algunas semanas este volvió a brillar dentro de su aureola de víctima y la compasión fementida del público marrullero se volvió a él, solícita, con cuidados de madrastra que representa la comedia de la segunda madre.
Esta opinión, que entonces me pareció un desacato a la honra nacional, más tarde me pareció muy bien fundada. Doña Francisca tenía razón. Gravina no debió haber cedido a la exigencia de Villeneuve. Y digo esto, menoscabando quizás la aureola que el pueblo puso en las sienes del jefe de la escuadra española en aquella memorable ocasión.
Se hubiera dicho que le rodeaba una aureola. Tres veces se había mandado aviso a casa del Magistral para que viniera en seguida. Don Pompeyo quería confesar, pero con De Pas y sólo con De Pas: decía que sólo al Magistral quería decir sus pecados y declarar sus errores; que una voz interior le pedía con fuerza invencible que llamara al Magistral y sólo al Magistral.
¡Máximo! ¡Máximo! por favor, por piedad, en nombre de Dios, hábleme, perdóneme. Me levanté y la vi en el hueco de la ventana, en medio de una aureola de pálida luz, con la cabeza desnuda, los cabellos caídos, la mano crispada sobre el travesaño de la cruz, y los ojos ardientemente fijos sobre el sombrío precipicio. No tema nada le dije. No me he hecho mal alguno.
Tendría poco más de un metro de altura, y hallábase correctamente vestido de etiqueta, frac y corbata blanca, calzón corto, media de seda negra y zapato con hebilla. Llamábanle en la casa don Joselito, y cobraba siete mil reales de sueldo, con la sola obligación de anunciar las visitas y realzar con su estrafalaria figura la aureola de elegante originalidad que rodeaba en todo a Currita.
Palabra del Dia
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