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Actualizado: 2 de mayo de 2025


¿Han salido? preguntó extrañado. No, se van a Montevideo... Han ido al Salto a dormir abordo. ¡Ah! murmuró Nébel aterrado. Tenía una esperanza aún. ¿El doctor? ¿Puedo hablar con él? No está, se ha ido al club después de comer... Una vez solo en la calle oscura, Nébel levantó y dejó caer los brazos con mortal desaliento: ¡Se acabó todo!

A la Real salvó, y voló con sus galeras a socorrer a Andrea Doria, y socorrido éste, a poco rescataba la capitana de Malta y hacía huir aterrado con sus argelinos, y ponerse fuera de combate, al formidable Aluch-Alí. Todo era proezas y hazañas, todo estrago y muerte.

Un grupo de gente le rodea en seguida. El público aterrado se agita y se alborota: quiere saber lo que ha pasado. Al fin uno de los actores se destaca del grupo y dice en voz alta: «que el traspunte Antonio García, caminando por los telares del teatro, había tenido la desgracia de caerse. ¿Pero, está muerto?... ¿está muerto? preguntan varias voces. El actor hace con la cabeza señal afirmativa.

Yo no puedo consentir en mi familia un degenerado y le he de matar más tarde o más temprano con este cuchillo. ¡No! ¡No mates a papá! exclamó el chico aterrado, viendo a su abuelo blandir el arma con ademán sanguinario. ¡Silencio! profirió con voz ronca aquél.

No replicó Teodoro inquieto, confundido, aterrado, contemplando aquel libro humano de caracteres oscuros, en los cuales la vista científica no podía descifrar la leyenda misteriosa de la muerte y la vida. ¡No sabe! dijo Florentina con desesperación . Entonces ¿para qué es médico?

¿Qué haces, pícaro? exclamó el caballero alzándose bruscamente y mirándole con afectada severidad. El chico, aterrado, se dio a la fuga. La niña reía: sus carcajadas sonaban frescas y cristalinas como el gorjeo de los pájaros. ¡A ése! ¡a ése...! ¡Al ladrón! gritaba Reynoso. Luego, sacando del bolsillo un caramelo, se lo dio a la niña diciendo: , que eres buena, toma. A ese tunante nada.

Su compañero le vio con la cara blanca como si fuese de yeso, los ojos mates y el cuerpo rojo de sangre, sin que pudieran contener ésta los paños de agua con vinagre que le aplicaban, a falta de algo mejor. ¡Adió, Zapaterín! suspiró . ¡Adió, Juaniyo! Y no dijo más. El compañero del muerto emprendió aterrado la vuelta a Sevilla, viendo sus ojos vidriosos, oyendo sus gimientes adioses. Tenía miedo.

De pronto, un relámpago desgarró la obscuridad. Ragasse dio un salto. ¡Mi capitán! ¿No está usted herido? No, tiene que volver a empezar respondió Carlos tranquilamente. Sonó otra detonación tan cerca del soldado, que éste balbució aterrado: Mi capitán, le juro a usted que no he sido yo. ¡Naturalmente!... ¿Se ha acabado? , mi capitán. Entonces, en retirada; de prisa. Dieron unos cuantos pasos.

Una sensación fresca le despertó de aquella pesadilla, que le hacía caminar como un sonámbulo aterrado. Estaba en las Alamedas de Serranos, y marchaba con la cabeza inclinada, los brazos a la espalda: la misma expresión de los tipos casi lúgubres que acostumbraban a pasear allí.

Me han robado mi única familia murmuraba con desaliento. Me han quitado el cariño del único ser que me quedaba. Ya no soy para ella la niña de antes; no hay más que ver cómo me mira, cómo se aparta temiendo mi contacto... Y todo por ti, por amarte, por no haber sido cruel. ¡Ay, aquella noche! ¡cómo la he de llorar!... ¡cómo presentía yo estas tristezas!... Rafael estaba aterrado.

Palabra del Dia

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