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Actualizado: 2 de junio de 2025


Aterrado el P. Irene huyó y, como el cadáver se le había agarrado, en su huida lo arrastró fuera de la cama, dejándolo en medio del aposento. A la noche el terror llegó á su máximum. Habían tenido lugar varios hechos que hacían creer á los timoratos en los agentes provocadores.

Permanecía, pues, acurrucado en su silla, vuelto de espaldas al sargento mayor, y haciendo como que comía; pero en realidad, aterrado, reducido á la menor expresión, anonadado. Pero de repente, sacóle de su anonadamiento una voz que conocía demasiado. Aquella voz había saludado al sargento mayor. Aquella voz era la del galopín Cosme Aldaba.

Esta mañana me dio esta carta para usted. ¿Comprende usted ahora por qué no me atrevía a ir a su casa? Yo estaba aterrado, y apenas pude leer una carta que me dio el padre Ambrosio, y que contenía estas palabras: «Convento de.... Perdone usted si por misma he tomado tan grave resolución. Yo no podía permanecer más en el mundo, y usted se opone formalmente a que yo entre en el claustro.

A su amigo lo habían matado meses antes en un despacho de bebidas cerca de la Cordillera, cuando se dirigía desde Cobija á tomar el camino de la Puna. La cuchillada mortal había sido por cuestiones de juego. El gaucho, que no quería dudar de que la difunta hubiese recibido su préstamo con todos los intereses, quedó aterrado al recibir esta noticia.

Luego, en voz alta, continuó: ¿Un periódico que no admite el anticipo reintegrable? , padre contestó Antoniño ya medio anonadado. ¿Un periódico interrogó aún el cura que hace campaña contra el espionaje alemán? Antoniño no podía negar. El mismo, padre suspiró . ¡El mismo!... Pues, hijo mío dijo entonces el cura . Lo siento mucho, pero no te puedo dar la absolución. Antoniño se quedó aterrado.

Se levantó y se puso á pasear á lo largo del despacho. Temblaba; estaba aterrado. Pero no, no es esto lo que me indicó la duquesa de Gandía; no, no puede ser decía paseándose ; y luego... no me han llamado á palacio... este hombre está fuera de ... se engaña sin duda... veamos... dominémonos. Y se detuvo delante de Montiño.

Pues bien; el cadáver de ese hombre está aquí: está en mi casa. ¡En vuestra casa! exclamó aterrado el duque. En aquel momento se oyeron grandes golpes en la puerta de la casa y una voz terrible, la voz del licenciado Sarmiento, que dijo desde la calle: ¡Abrid á la justicia del rey! Quedóse el duque perplejo por un instante, pero luego dijo: Mandad á vuestros criados que abran, señora.

De modo que no me pesa de lo que ha sucedido, no; pero estoy aterrado, aterrado por vos. ¡Aterrado por !

Sentose en el sofá, y con voz temblorosa y aspecto aterrado me contó cómo había comenzado aquello y en qué disposición se hallaba su esposa. Luego me invitó a que entrase a verla un momentito nada más, a ver qué me parecía. Penetré en el gabinete, luego en la alcoba, y hallé a Raquel en la cama, sin más síntoma aparente que una grande fatiga.

»¡Insensatos! No saben ustedes que esa unión, en otro tiempo permitida, es hoy imposible; que la dama más noble de Nápoles, la sobrina del duque de Arcos, la condesa de Pópoli, no puede contraer matrimonio... »¿Con un hombre sin nobleza y sin nacimiento? exclamé sonriendo. »No replicó Teobaldo, sin apartar la mirada de su amigo, que, con la vista fija en tierra, parecía aterrado.

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