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Actualizado: 2 de junio de 2025


Además, en esta carta de vuestro difunto hermano que me habéis dado, se dice que existe un cofre sellado. ; , señor. ¿Dónde está ese cofre? Le tengo yo. Traedme ese cofre esta misma noche. ¡Ese cofre, señor! ¿pero no sabéis que es un secreto? Para la Inquisición no hay secretos. ¡La Inquisición! exclamó aterrado Montiño.

Miró á Elías con insistencia y se acercó á él; pero éste no daba muestras de fijar en el otro la atención, ni tenía gratitud, ni afecto, ni cortesía, ni era, al parecer, cortado por el común patrón de los demás hombres. No tema usted nada le dijo en voz baja, apartándose hacia la ventana. No ha recibido golpe ninguno. Está aterrado por lo sorpresa y la ira; pero se calmará.

La cantante levantó la frente, miró á Jacobo á los ojos y con una sonrisa que recordaba á la tierna, fiel y enamorada Lea de otros tiempos, contestó: ¡No! No he obedecido, Jacobo, no porque se trataba de mi vida, sino porque quería salvar la tuya... ¿Entonces?... Lea bajó la voz y dijo con aire aterrado: Se trataba de él ó de , Jacobo; era preciso elegir y he elegido. ¡Ya no hará daño á nadie!

Aterrado y no sabiendo que hacer ante semejante prodigio, quedéme atónito por un momento temblando como un azogado... Me repuse... Creyendo que aquello era vana ilusion traté de distraerme prosiguiendo la lectura de la segunda palabra. Apenas la pronuncio, la caja se cierra, la cabeza desaparece y en su lugar encuentro otra vez el puñado de cenizas.

»A estas palabras, la palidez de la muerte cubrió su rostro; sus mejillas pusiéronse lívidas y cayó a mis pies inmóvil y como aterrado. »¡Ah! en aquel espantoso momento lo olvidé todo... Pasmada, fuera de , caí de rodillas ante él, sintiéndome dispuesta a seguirle. »¡Carlos! exclamé: Carlos, ¿me oyes? ¡Vuelve en ti para escuchar que te amo!

Bastante tenéis vosotros con vuestros ruiseñores y jilgueros. Es preciso que marido y mujer se vengan conmigo. Un rayo que hubiese caído a los pies de la tía María no la habría aterrado, como lo hicieron aquellas palabras. ¿Y quieren ellos? exclamó asustada. Es preciso que quieran respondió el duque, entrando en su departamento. La tía María quedó consternada y confusa por algunos momentos.

Acaso el buscar aquella ridícula compañía fuese consecuencia de la melancolía hereditaria que hizo al hijo de doña Juana la Loca retirarse a Yuste, encerrarse a Felipe II en una celda de El Escorial y morir aterrado a Felipe III. La costumbre se inició en tiempo de Carlos I, generalizándose tanto, que no sólo había bufones en las moradas reales, sino también en las casas de los nobles.

En casa de don Pedro Nolasco se había sabido todo, poco antes de pasar «la nube» que los había aterrado. Habían vivido en la misma angustia que yo hasta muy entrada la noche. Yo referí a Lita las dudas que había tenido en casa del Topero; y aquí fue donde mi tenacidad rayó en impertinencia.

Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.

Es decir pensaba, aterrado, don Simón , que este animal sigue a tientas y por instinto cierta calzada que está cubierta por el agua.

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