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Actualizado: 2 de junio de 2025
El día de aquella tremenda conversación sobre los matrimonios sin amor, Bettina también sintió por la primera vez despertarse de pronto en ella esa necesidad de amar que duerme, mas no muy profundamente, en el corazón de todas las jóvenes. La sensación fue la misma, en el mismo momento, en el alma de Juan y en el alma de Bettina. El, aterrado, se echó bruscamente atrás.
Entrose en la alcoba, y allí se estuvo algunos momentos, mientras yo pasaba fuera las de Caín, inquieto, aterrado, dando vueltas a la imaginación para hallar el mejor medio de salir del apuro en que tan imprudentemente me había metido. Porque ¿qué iba a decir aquel buen señor en cuanto tuviera noticia de la inaudita pretensión que allí me traía? ¿No me tomaría por loco?
No me ha dejado más que los huesos. El P. Gil, cada vez más aterrado, se atrevió a preguntar: ¿Y usted piensa que no hay sobre la tierra ningún hombre honrado, ninguna mujer virtuosa? Sí los hay, pero son productos excepcionales de la Naturaleza; mejor dicho, son aberraciones de un organismo creado para el mal. Los hombres buenos sufren las consecuencias de toda aberración; no pueden subsistir.
Pero, llevado en volandas por el rebullir continuo de la muchedumbre, fué a dar sobre el levitón de don Raimundo, en éxtasis ante la pirámide de billetes de la sala contigua. Usted dispense tartamudeó el muchacho aterrado.
Eso decía yo continúa García . ¡Para qué coches!...» La Gaceta del día siguiente anunció que los impíos unitarios habían asesinado a Maza. Un gobernador del interior decía, aterrado, al saber esta catástrofe: «¡Es imposible que sea Rosas el que lo ha hecho matar!» A lo que su secretario añadió: «Y si él lo ha hecho, razón ha de haber tenido»; en lo que convinieron todos los circunstantes.
Don Fermín estaba como aterrado, pendiente el alma de los vaivenes de aquel borracho, de las palabras que más eructaba que decía: «¿Podía una copa de cognac, una comida algo fuerte, un poco de Burdeos, producir aquella irritación en la conciencia, en el cerebro o donde fuera?». No lo sabía, pero jamás la presencia de una de sus víctimas le había causado aquellos escalofríos trágicos que se le paseaban ahora por el cuerpo.
No te entiendo, Antoñita, si no te explicas mejor. Sí que me entiende usted, tío dijo la joven rodeando con sus brazos el cuello de Avrigny. ¡Ya lo creo que me entiende!... Tan bien como yo le he comprendido. ¿Pero estás loca, chiquilla? exclamó el doctor, aterrado. ¿Que tú me has comprendido, dices? Sí, señor. ¡No puede ser!
» Amaury me dijo, ahora que estamos solos dame papel y tinta. Voy a escribir. » ¿Qué dices? ¿Qué vas a escribir estando tan débil como estás? » Ya me sostendrás tú, Amaury. »Quedé inmóvil y mudo, aterrado al pensar que mi pobre Magdalena, advertida, quizá por un fatal presentimiento, de su cercano fin, quería escribir su última voluntad.
Mientras tanto, las sendas desaparecían rápidamente bajo la nieve que caía con profusión. Por un momento quedó aterrado don Jorge, pero pronto volviose hacia el fuego, con su serenidad acostumbrada. No despertó a los dormidos.
Aceptó D. Félix el negocio, porque era bueno: Tomás poseía bastante ganado, y además una finquita adquirida tiempo atrás de la subasta de los mansos de la parroquia, que bien valía ella sola los catorce mil reales. No se pasaron veinticuatro horas sin que el escribano le requiriese verbalmente al pago. Tomás quedó sorprendido y aterrado.
Palabra del Dia
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