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Actualizado: 2 de junio de 2025
Después de la fiebre, el delirio; pero un delirio especial, una especie de sueño dulce y sonriente como su carácter mismo. Había momentos en que parecía dejar su desvanecimiento, para dar las gracias a las buenas mujeres que la servían y para alentar a nuestro pobre padre, que permanecía a la cabecera del lecho, aterrado completamente por el terrible golpe que acababa de recibir.
Y el fantasma, envolviéndole el rostro con su respiración ardiente, dejaba caer sobre Batiste una mirada que parecía agujerearle los ojos y descendía y descendía hasta arañarle las entrañas. ¡Perdónam, Pimentó! gemía el herido con voz infantil, aterrado por la pesadilla.
El viejo lloraba como un niño; Pepe, abrazado a él, con la boca pegada a su oído, le decía en voz baja prodigios de cariño; doña Manuela salió del comedor siguiendo a Tirso, y Leocadia empezó a recoger del suelo el mapa y las banderitas, mientras Pateta, que estaba en un rincón aterrado ante el conflicto que había promovido, se despidió de repente y salió rencoroso contra sí mismo.
Decidme: ¿por qué habéis dicho con terror que la reina, que su majestad, está sana y buena? ¡Yo!... ¿he dicho yo eso?... Sí, señor... la reina está muy buena... su majestad goza de muy excelente salud. Montiño, estáis pálido, aterrado cuando me decís eso; hablad, hablad, por Dios; os lo mando, os lo suplico. Tengo antecedentes... ¡Cómo! ¡sabéis, señor!...
Al mismo tiempo la niña mendiga saltaba con la ligereza de una pantera sobre el aterrado Juanito, haciéndole rodar sobre la arena del barranco. El perro Fortuna se abalanzó furioso sobre la mendiga, haciéndole presa en una pierna y rasgándole en jirones el vestido. La niña lanzó un grito agudo de rabia y de dolor.
Caminé aterrado hacia mi casa y no tardé en llegar á ella. Al entrar se me ocurrió una idea feliz. Fuí derecho á mi cuarto, guardé el bastón de hierro en el armario y tomé otro de junco que poseía, y volví á salir. Mi hija acudió á la puerta sorprendida. Inventé una cita con un amigo en el Casino, y, efectivamente, me dirigí á paso largo hacia este sitio.
Como se puede ver, en este legajo consta perfectamente que después de vender su finca, bajo condiciones inesperadas, quedarán todavía usted y su hermana adeudando á los acreedores de su señor padre, la suma de cuarenta y cinco mil francos. Quedé verdaderamente aterrado con esta noticia, que excedía á mis más avanzados cálculos.
Salvatierra, en la exaltación de su pensamiento, quería estrujar todos los fantasmas con los que se había aterrado o entretenido durante siglos a los menesterosos, para que no estorbasen la feliz placidez de los privilegiados. Sólo la Justicia social podía salvar a los hombres, y la Justicia no estaba en el cielo, vivía en la tierra.
¡Qué dice usted! exclamó Amaury. ¿Es posible que alguien sospechara siquiera que yo quería a Antoñita? No ha faltado quien haya hecho esta conjetura; sepa usted que mi sobrino, único pretendiente formal a la mano de la señorita de Valgueceuse, se ha retirado, no por ceder el terreno al señor de Auvray, sino por usted, amigo mío. ¿Por mí? murmuró Amaury, aterrado. ¡Por mí!...
¿No quiere ahora hablar conmigo, Muñoz? Hizo ella esta pregunta en un tono ligero, casi de queja. Cuando quiso él responder, sintió, aterrado, la inutilidad de todo lo que podría decir, de todo lo que había cavilado muchas veces en la espera larga de una explicación definitiva. Iban a subir palabras a sus labios y su voluntad las rechazaban con desesperación.
Palabra del Dia
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