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Actualizado: 2 de junio de 2025
Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.
Cabizbajo, aterrado por la imagen de aquella escena, después de su huida, Rafael no sabía por dónde marchaban. Le sorprendió de pronto un perfume de flores. Atravesaban un jardín, y al levantar la cabeza vio brillando al sol la arrogante figura del conquistador de Valencia sobre su nervudo caballo de guerra. Siguieron adelante. El viejo hablaba con acento plañidero de la situación de la casa.
Quiero significar que no es a usted a quien le toca atreverse a desafiar, teniendo en vista el hecho de que, si no hubiera sido por la feliz circunstancia de haberme encontrado presente esa noche en el parque, hoy sería usted un asesino convicto. Al oír las últimas palabras, se contrajo aterrado.
El conde permaneció aterrado y de rodillas bajo tal granizada de denuestos. Consideraba graves sus palabras; pero el enojo que producían en la dama era mayor de lo que había sospechado. Amalia guardó al fin silencio. Le contempló con ojos irritadísimos unos instantes. Mas una sonrisa feliz y burlona comenzó a dilatar su rostro expresivo.
Yo, que había hecho mi declaración por la mañana con tantos miramientos, esforzándome en velar a Cupido con mil espesos tules, quedé aterrado ante aquella... ¿por qué no decirlo? ante aquella desvergüenza. Y me sorprendió no poco que ella, una religiosa, por más que estuviera en vísperas de secularizarse, escuchase con tal paciencia y respondiese a semejantes groserías.
Y sufría sin embargo lo indecible al sentirse ya incapaz de ser buena, incapaz de resistir la influencia maligna, aquella influencia que ya, durante su infancia, la había aterrado alguna vez: así cuando Raquel, empañados por el llanto los hermosos ojos verdes, se defendía de sus golpes despiadados cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas.
»Y el desolado padre, cuya agitación iba en aumento, se retorcía las manos con dolor, mientras yo le contemplaba mudo y aterrado.
Instintivamente torció sus ojos hacia la duquesa, pero los apartó en seguida, más aterrado aún por su rostro inmóvil y una mirada dura que parecía herirle por la espalda, como si él fuese el culpable. El doble cajoncito, completamente listo, aguardaba junto á sus manos. Dió cartas á derecha é izquierda, y luego extrajo las suyas.
Pero antes que llegase recibió el paquete de los nuevos títulos comprados que le enviaba un banquero amigo de Samper a quien éste los había dejado con tal objeto. Tristán quedó estupefacto y aterrado de su precipitación.
Examinó, aterrado, su conciencia y al verla llena de culpas tuvo miedo, no de ser herido por el rayo de la cólera divina, sino de verse separado de su hija.
Palabra del Dia
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