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Actualizado: 2 de mayo de 2025
Así deberían perecer los habladores. El sobrino se calló; volvió el tío á su lectura, y no había pasado un cuarto de hora, cuando se dirigió de nuevo al lecho del joven que, vencido por el sueño, dormía ya profundamente, y gritó: ¡Despierta, Lázaro! Y despertó dando un salto, aterrado y convulso, como debemos despertar el último día, cuando suene la trompeta del Juicio.
Cruzó por su mente la idea de que pudiese subir a su casa; pero al instante la desechó como inverosímil. Imaginó más bien que vendría a visitar a alguno de los inquilinos de los cuartos principal o segundo, que eran personas de calidad. No obstante, a despecho de su razón, no se tranquilizaba. Cuando oyó sonar el timbre de la puerta quedó aterrado.
Ya no se indignaba: parecía aterrado por las palabras de Luna. ¡Gabriel!, ¡hijo mío! exclamó . Eres más verde de lo que yo creía. Piensa en dónde estás; fíjate en lo que dices. Estamos en la Iglesia Primada de las Españas.... Pero Luna había tomado impulso al remover sus recuerdos históricos y no se detenía, arrastrado por su ardor de propagandista.
¿Y no sabe usted adónde ha ido? Nada ha dicho la señora. Despedí a mi ayuda de cámara y me quedé solo paseándome por mi cuarto, aterrado, sintiendo no sé qué recelos. Yo no sabía qué pensar de Amparo; era para mí un misterio.
Y yo miraba extasiado aquel grupo y me decía a mí mismo: ¡Ah, si algún día llegase yo a saber lo que sabe el doctor Trevexo! ¡Si llegase a ser un guerrero como Valdelirio! ¡Y después, aterrado de mi petulancia íntima, transigía con una fórmula más modesta: ¡Si llegase a ser ministro español! Las lágrimas consagraban el éxito del drama y de los actores en el tercer acto.
Al conde de Lemos, vuestro sobrino, levantamos su destierro. Todos son enemigos míos, señor. ¿Y qué os importa, si es vuestro amigo el rey? Sea lo que vuestra majestad quiera. Envíense correos á don Baltasar de Zúñiga para que se vuelva á su oficio de ayo del príncipe don Felipe. Lerma, aterrado, se resignó. Aquel era un golpe mortal. Sus enemigos triunfaban. ¿Pero de qué medios se habían valido?
Sobre un pliego de papel blanco vio destacarse ante su vista el sello rojo que había cerrado en otro tiempo el sobre exterior de los documentos masónicos. Miróle un momento aterrado. Parecíale una gota de sangre.
Cuando la tenía suspendida a media vara del suelo, sintió ruido en la puerta. Volvió la cabeza aterrado, y un grito ahogado de vergüenza se escapó de su garganta. A la puerta estaban Osuna, D. Martín de las Casas y D. Peregrín Casanova. ¡Ya cayeron los tórtolos! gritó D. Martín con voz estentórea. El P. Gil dejó caer de nuevo a la joven y retrocedió, mirándoles con ojos de espanto.
Los quince mil francos de Alicia estaban en peligro. Aquel hombre no quería que la banca continuase. Si ganaba, desaparecía de golpe todo el capital puesto por Alicia; si perdía, se doblaba el dinero de ésta... Pero iba á ganar indudablemente. ¡Cuando un hombre de tan buena suerte se atrevía á hacer esto!... Quedó aterrado Spadoni al oir la voz del grande hombre.
Cuéntale éste que ha visto casualmente el retrato de una cristiana de maravillosa belleza, inspirándole tal amor su sola imagen, que no piensa reposar hasta que encuentre el original y lo posea. Dice á Iñigo que, en agradecimiento de la libertad que le ha concedido, espera de él que le ayude á buscar á su amada, y á traerla á sus brazos. Iñigo le pide el retrato, y reconoce aterrado á su Leonor.
Palabra del Dia
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