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Actualizado: 7 de junio de 2025
El recuerdo de la mujer que apagó su sed, la chispa de aquellos ojos cándidos, envolviéndole en una mirada de piedad y amor, es lo único que le sostiene... Ella llega, después de dejar dormido al feroz compañero. Le enseña en el fresno la empuñadura de la espada que hundió el dios Wotan: nadie puede arrancarla; sólo obedecerá a la mano de aquel para quien la ha destinado el dios.
Tenía de este modo la boca tan cerca de la cara de la mujer amada, que no pensó más que en aprovechar tan feliz circunstancia y el grito de júbilo de Herminia se apagó con un beso. Después la curiosidad recobró su imperio, y la joven preguntó: Pero, ¿cómo has llegado hasta aquí? Saltando el foso. El perro no estaba allí ya, para morderme las pantorrillas ... ¿Lo había intentado?
Y así como suele decirse: el gato al rato, el rato a la cuerda, la cuerda al palo, daba el arriero a Sancho, Sancho a la moza, la moza a él, el ventero a la moza, y todos menudeaban con tanta priesa que no se daban punto de reposo; y fue lo bueno que al ventero se le apagó el candil, y, como quedaron ascuras, dábanse tan sin compasión todos a bulto que, a doquiera que ponían la mano, no dejaban cosa sana.
Uno de los que le habían acompañado entró a darle lo que pedía, y después Su Real Majestad se acostó y apagó la luz. Durante dos horas reinó el más profundo silencio, y el cura andaba casi a gatas por no hacer ruido que pudiera turbar el sueño del primero de los facciosos.
Después tomó una manta de viaje del ropero, se envolvió con ella, apagó la lámpara, hizo repetidas veces la señal de la cruz sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho, y se acostó en el suelo. El blanco lecho cubierto de seda y batista, tierno y perfumado y henchido de sensuales caricias, la estuvo reclamando en vano toda la noche.
Al notar la luz de la lámpara del Gobernador, la anciana señora apagó prontamente la suya y desapareció probablemente entre las nubes. El ministro no la volvió á ver. El magistrado, después de una escrupulosa observación de las tinieblas, en las que por otra parte nada le habría sido posible distinguir, se retiró de la ventana. El ministro entonces se tranquilizó algo.
Instantáneamente, el misterioso volador apagó los rayos de sus ojos, alejándose con un chillido de velocidad forzada que le hizo perderse á lo lejos en unos cuantos segundos. Esta visita quitó el sueño á Edwin, obligándole á sentarse sobre la pequeña pradera que le servía de cama.
Le hizo mamá comprender que era una locura, un pecado... Pero después... después... cuando supo el suicidio de tu papá, ella murió a los pocos meses... ¡Pobrecita mamá! ¡Pobrecita mamá! Por favor, Carmen, no les digas que te he preguntado. ¡Cómo te imaginas! Y nunca más hablaron de ello. Aquella noche, antes de acostarse, Adriana apagó la luz en su habitación y se dirigió a la sala.
Había leído un rato cierta historia de Grecia de la biblioteca de Montesinos, que a su muerte se había deshecho. Sentía calor y cansancio. Apagó el quinqué, abrió las puertas del corredor y trasladó a él la butaca, sentándose a respirar el aire del mar. Por algunos minutos fijó la vista con atención en la bóveda celeste cuajada de estrellas, y se esforzó en reconocer algunas constelaciones.
Y ya se disponían a volver en dirección a la cortadura, cuando, de repente, un confuso ruido de palabras se oyó zumbar en el aire. Marcos apagó la linterna, y ambos quedaron sumidos en la obscuridad. Alguien va por ahí arriba dijo el contrabandista en voz muy baja . ¿Quién será el que se ha aventurado a trepar al Falkenstein con este tiempo de nieves?
Palabra del Dia
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