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Actualizado: 7 de junio de 2025


Con esto se tranquilizó el joven comprendiendo que las miradas no eran más que la inspección médica de todos los días. Comieron y se prepararon para salir. El criminal se embozó bien en la capa y apagó la luz de su cuarto para coger los restos de la víctima y sacarlos ocultamente. Como las monedas que en el bolsillo del pantalón llevaba no eran paja, se denunciaban sonando una contra otra.

Era domingo, y el buque protestante lo anunciaba a sus gentes con este salmo instrumental, que recordaba a muchos una ópera de Meyerbeer. Se apagó al fin la música, sin otra consecuencia que haber turbado durante algunos minutos los ronquidos de los pasajeros, llamados inútilmente a la meditación y la plegaria.

Viendo Izú el trance tan peligroso en que estaban las cosas, se puso en medio de sus paisanos, y pudo tanto con la eficacia de sus palabras, y mucho más con la gracia de Dios, que interiormente labraba en aquellos corazones bárbaros é inhumanos, que detuvo sus furias y apagó todo el odio; después, aunque muy nuevo en la fe, habló tanto de Dios y predicó de su santa ley, que aquellos bárbaros, así como estaban con las manos llenas de saetas envenenadas, se fueron llegando uno á uno al P. Lucas, y puestos de rodillas, con humilde reverencia, besaron las llagas del Santo Cristo.

Los toros eran otra cosa. ¿De suerte, que no has tenido nunca ganas de matar a un hombre?... ¡Y yo que creía que los toreros...! Se ocultó el sol, perdió la pradera su fantástica iluminación, se apagó el río, y la dama vio obscuro y vulgar el paisaje de tapiz que tanto había admirado.

¡Por eso, anoche...! balbuceó Momoy. ¿Anoche? repitió Sensia entre curiosa y celosa. Momoy no se decidía, pero la cara que le puso Sensia le quitó el miedo. Anoche, mientras cenábamos, hubo un alboroto; la luz se apagó en el comedor del General. Dicen que un desconocido robó lámpara que había regalado Simoun. ¿Un ladron? ¿Uno de la Mano Negra? Isagani se levantó y se puso á pasear.

Velázquez quiso echarlo á risa y la detuvo por el mantón. Perdone su merced, padre... No he querido faltarle al respeto... Pero ella se zafó con un fuerte tirón, dejando en su mano algunos flecos. Quedó bien humillado el guapo. La sonrisa que contraía sus labios se apagó. Permaneció algunos instantes inmóvil y pensativo, haciendo esfuerzos por tragar la amarga píldora que le habían propinado.

Todo era allí ausencia de honestidad; los muebles sin orden, en posturas inusitadas, parecían amotinados, amenazando contar a los sordos lo que sabían y callaban tantos años hacía. El sofá de ancho asiento amarillo, más prudente y con más experiencia que todo, callaba, conservando su puesto. Una ráfaga de viento apagó la última luz que alumbraba el cuadro solitario.

No se extinguió en los aires vuestra palabra amada; no faltan labios jóvenes que besen vuestra cruz; y la legión de apóstoles por vos fructificada no olvida al que en la noche cayó pidiendo luz. Luz para las conciencias, para las almas todas; luz para el ara triste del olvidado altar; que aquella vuestra lámpara que se apagó en las bodas iluminó, estallando, el alma popular.

La faz de Cirilo y la de Visita se iluminaron con una sonrisa de alegría. La de aquél se apagó, sin embargo, al observar el rostro serio y contraído del joven. Buenas noches. Al oír el saludo, la sonrisa de Visita también se apagó: su fino oído de ciega había notado algo extraño en el timbre de la voz.

Quedó la capilla solitaria, y una religiosa lega, que se deslizaba como una sombra, apagó las luces una a una, sin que la condesa de Albornoz se moviese de su sitio ni diese muestras de vida. Unos brazos la rodearon al fin en aquella soledad de que sólo Dios era testigo, y una voz muy conmovida le dijo muy bajo: Curra, hija mía... Abajo tengo mi coche... ¿Quieres que te lleve?...

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